Muerte a pedradas
José Busto
Lunes, 1 de diciembre 2025, 01:00
Mientras nos quejamos de que el WiFi va lento o la cobertura de los bares es un desastre, hay países donde ser mujer y querer ... leer es un acto revolucionario castigado con la muerte a pedradas. Somos polillas hipnotizadas por una bombilla digital que ni siquiera calienta. Hemos perdido la guerra por nuestra atención. Sonreímos alelados cuando llega una notificación, flipamos mucho con el último escándalo de nuestro friki favorito, nos indignamos como cafres cuando alguien piensa distinto o nos entran los sudores de la muerte si no opinamos en redes sobre el último disco de Rosalía.
Esta viñeta de zombis tecnológicos me vino a la cabeza tras leer 'Dibújame una palabra', de Mayra Fernández. Uno se acerca al teatro infantil esperando ver colorines estridentes, canciones pegadizas y esa moralina cutre que tanto gusta a los padres modernos para expiar sus culpas. Das por supuesto una nana para dormir conciencias y llega Mayra y te suelta una bofetada de realidad sin levantar la voz, con elegancia, como quien clava un alfiler de acupuntura en el alma.
En la obra, el régimen teocrático persigue a las luciérnagas, metáfora del conocimiento y la educación, porque su luz molesta y es peligrosa. Aquí nadie nos persigue, pero nos auto apagamos por pura pereza intelectual. Es más cómodo que te digan qué pensar que arriesgarse a dibujar tu propio camino.
Aisha, la protagonista, decide disfrazarse de chico, convertirse en Abdul, y ocultar su melena bajo un gorro mugriento para tener derecho a aprender qué es una fracción. Se juega el pellejo por saber dividir un pan imaginario y nosotros bajamos el santoral entero porque la pantalla de nuestro móvil no tiene suficiente resolución para ver la última serie de la que todo el mundo habla, Anotop At creo que se llama.
Lo brillante del texto es que no necesita panfletos. La tragedia se cuela por las rendijas del juego. Aisha finge caminar como un chico, como si tuviera demasiado calor o sueño, para poder colarse en el aula y aprender. Se ríen y juegan, pero tú, desde tu silla ergonómica sabes que si la descubren se acabó el juego.
Su abuela le cuenta cómo tuvo que quemar su vestido favorito, uno azul celeste con el que fue a la universidad, para borrar el rastro de que alguna vez fue libre y culta. Quemar la memoria para sobrevivir. Y Aisha, en un acto de rebeldía poética, decide que, si no puede dibujar en papel, dibujará en el aire para que nadie pueda robarle lo que ha creado.
Hay un árbol y un montón de piedras. Piedras para construir, piedras para contar y
piedras para castigar a quien brilla demasiado. La premisa es tan antigua como la injusticia. La obra es una autopsia de la esperanza en medio del horror. Mayra nos advierte que la curiosidad es un instinto de supervivencia. Aisha muta en luciérnaga, esa criatura cuya naturaleza es brillar y volar, aunque el mundo se empeñe en meterla en una caja oscura.
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