Fareras llenas de luz
La noticia la dio EL COMERCIO el pasado sábado: «La Autoridad Portuaria inaugura, en la antigua Rula de Gijón, una muestra que homenajea a 26 ... mujeres que trabajaron o trabajan en los faros de toda la costa española (ocho en la costa asturiana): Peñas, Candás, Torres, Tazones, Lastres, Ribadesella, Llanes y San Emeterio». Y ahora, que uno va siendo algo así como un faro casi apagado, como un velero lánguido que ya va de retirada, tal noticia me trae quintales de nostalgia de aquellos mares muchas veces sin luna, pero siempre con faros. Nunca, sin embargo, pensé que pudiera haber mujeres fareras sobre los acantilados de nuestra costa. Mujeres que encendieran los faros como abanicos de luz y marcaran la ruta de los seguros puertos de tierra. Y es que yo, algunos días, voy por un sendero que poca gente recorre. Un camino que sube hasta donde la mar se contempla en la distancia y llega hasta la misma orilla de la playa. A veces, un trozo de vela pasa decorando la raya del horizonte. La brisa marina se echa y se levanta. Hay silencio. Va declinando el día y el sol va muriendo en los cristales del poniente. Desde esta atalaya, miro los cabos brillar con la luz de sus antiguos faros. Peñas, a lo lejos, late con luz de cometa albo. Torres, luego, titubea un punto para lanzar enseguida un chorro de luna clara. Y, como una caricia, Candás, entre los dos colosos, parpadea, con suave estremecimiento, dos guiños de luz amarilla.
Dormidos durante el día, que tristes, solos y con cuanto respeto miraba yo de niño a los faros. Fue entonces cuando más tarde escribí aquel pequeño poema: «Faros, faros, faros. ¡Qué tristes de día! de noche, ¡tan claros»! Ahora los tres castillos de luz tiemblan a lo lejos sobre sus collados cual si fueran tres fuentes de esperanza. Un barco lento va venciendo el agua mientras se acerca al puerto. Los tres faros lanzan a la mar sus destellos como una joya. Y van diciendo tres veces: ¡Tierra! ¡tierra! ¡tierra!
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