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Aunque las noches van siendo cada vez más cortas, el cielo cada vez más azul, y los pezones de los cerezos silvestres están a punto ... de estallar, la siderúrgica gijonesa parece que ya está pendiente de que se la lleve la grúa. Hay señales inquietantes de que se aproxima un turbión. Los dueños del negocio llevan tiempo echando azúcar al puñal antes de clavarlo. Hay discursos grandilocuentes que difunden grandes ideas como si fueran jarabe. Pero la verdad es que todo esto viene marcado por el mercado y el negocio que imponen los tecnócratas, los mandarines y los fabricantes de dólares del mundo mundial. Y aunque España –país ferial y escopetero– dicen que tiene forma de cara, aquí, en Asturias, llevamos tiempo yendo de culo. Solo, al parecer, la fábrica de Trubia progresa en producción de armamento, que ya sabemos todos que es para dejar tiesos a hombres, mujeres y niños. Pero a lo que voy, y es que, como dicen que vivir es cambiar, y que ha vivido mucho quien haya sido capaz de cambiar mucho, uno quiere creer, pensar y desear que la siderúrgica asturiana pueda entrar en una nueva singladura y surja de esta crisis una fábrica más limpia y menos contaminante. De cualquier forma, las cosas cambian, y ni siquiera el futuro más espléndido o luminoso puede llevar a lo que antes había. En este caso, me refiero a la Uninsa de aquellos tiempos. La empresa que tanta riqueza, alegría y trabajo trajo para miles de familias de Gijón, los concejos vecinos y las cuencas mineras que iban cerrando una tras otra. Una joya para quines la conocimos y trabajamos muchos años en ella. Y en la que hicimos cientos de amigos y compañeros de todas las profesiones. Y es que aquel deseo de muchos políticos y hombres de empresa de hacer una siderúrgica asturiana fuerte y unida llegó a cumplirse. Lo mismo que hoy se sueña también con una Europa unida. La Europa a la que ya se le empieza a compadecer. Es lo que hay.

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