Desafección informativa
Somos muchos los que hemos empezado a sentir que no podemos con tanto titular demoledor, con la visión del mundo que genera cualquier informativo, con ese imperio del mal y de lo malo encenagando en las redes
Crecí escuchando las noticias de España a las ocho, de RNE, que nos ponía mi madre en la radio para despertarnos para el colegio, y ... tratando de llegar la primera al periódico que traía mi padre del trabajo cada día. Informarme, conocer lo que pasaba en el mundo, se convirtió en algo indispensable. Y ese hábito (con los correspondientes cambios de emisoras, con la responsabilidad de ser yo misma quien se compra su periódico) ha seguido formando parte de mi vida siempre.
Hasta ahora.
En los últimos tiempos he empezado a padecer eso que ya se han apresurado a bautizar como fatiga informativa, que inevitablemente desemboca en una desafección informativa. El caso es que creía que era cosa mía. Que a lo mejor la edad te hace más vulnerable, o a saber. Pero resulta que somos muchos los que hemos empezado a sentir que no podemos con tanto titular demoledor, con la visión del mundo que genera cualquier informativo, con ese imperio del mal y de lo malo encenagando las redes.
No es necesario conocer estudios que indican que la exposición a malas noticias, a una visión absolutamente destructiva del mundo, genera desde malestar leve y fastidio hasta desesperanza y ansiedad. Pero sí que igual sería conveniente conocer otros estudios, que existen e indican que el aumento de la información negativa, en medios digitales principalmente, es una realidad.
Y aunque lo fácil es culpar a las empresas periodísticas de ese empeño en ser catastrofistas y alarmistas, resulta que todo es consecuencia de algo, y tiene que ver con el sesgo de negatividad, porque los humanos —ya se sabe— siempre le damos más peso a experiencias e información negativas. Haga la prueba cualquier día y revise qué noticias son las más leídas. Estoy segura de que entre las cinco habrá por lo menos tres que incluyan sucesos, muertes, desastres o amenazas.
Por tanto, al público se le da lo que quiere, incluso cuando la magnitud entre lo positivo y lo negativo sea similar. La dictadura de los clicks y ese bucle interminable: lo negativo es lo más leído, y lo que más se lee a su vez incrementa que nuevos lectores se incorporen. Ya saben cómo funcionan las cosas en la red.
Y no soy la única. Los estudios hablan de un 44 % que sufre fatiga informativa y un 37 % que evita las noticias. Así que aquí estoy, tratando de huir de determinadas informaciones, de pasar de puntillas y de refugiarme en esas otras noticias que pasan más desapercibidas: los avances en ciencia, los gestos solidarios, la esperanza que se cuela por las grietas imperceptibles de lo terrible, o que las atletas españolas se han proclamado campeonas en el Mundial de Relevos de 4x400.
Porque sí, reivindicar las buenas noticias no tiene que ver con creer que una vive en un mundo de flores y unicornios. Ya sé que es lo que hay y que hay que contarlo, pero concédanme la necesidad de un respiro, porque, si no, voy a terminar por creer que si salgo a la calle a comprar el pan, cuando vuelva tendré okupas en mi casa, la guerra mundial está a la vuelta de la esquina (que no digo yo que no), cualquier persona es un estafador, un violador o un asesino, y en la Casa Blanca ejerce como presidente un fulano verdaderamente peligroso.
Ah, que esto sí.
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