El verano siempre ha sido una canción
Da igual dónde estemos: sonará. Con sus casi siempre incomprensibles letras, con las voces (en los últimos años) con frecuencia aquejadas de no se sabe muy bien qué mal que reduce hasta extremos inconcebibles la capacidad para la vocalización
Como todo ha cambiado, puede que el concepto de canción del verano haya sufrido alguna transformación y lo que era bombardeo radiofónico ahora aparezca igual ... de machacón en las playlists de las plataformas, en las coreografías de Tik Tok y en cualquier canal de los que inevitablemente colonizarán estos meses de calor.
Así que habrá una canción (o dos o tres) que oiremos en todas partes, que se convertirá en el decorado sonoro de momentos felices y de los otros, porque da igual dónde estemos: sonará. Con sus casi siempre incomprensibles letras, con las voces (en los últimos años) con frecuencia aquejadas de no se sabe muy bien qué mal que reduce hasta extremos inconcebibles la capacidad para la vocalización, con el ritmo pegajoso como los helados que terminan por derretirse con el calor, con los pasitos de baile que en cualquier noche tonta hasta querremos intentar a costa del ridículo más espantoso: ese en el que tampoco pensamos porque es verano y qué coime.
Y es que el verano, por mucho que nos empeñemos en afirmar que ya no es como antes, sigue siendo ese territorio en el que nos concedemos permiso para inventarnos la vida que tendríamos si (si no tuviéramos que trabajar, si nos sobrara el dinero, si siempre hubiera una hamaca, un mar y un sol radiante). Y en esta geografía de los sueños imposibles tiene su hueco el recuerdo de otros días, tan lejanos, cuando en la radio no dejaba de sonar 'Un rayo de sol' y el verano era un tiempo interminable que se extendía desde las primeras cerezas en los árboles a los que trepábamos como si tal cosa, los boletines de notas, la hierba recién segada secándose al sol, y los libros de Enid Blyton leídos a la hora de la siesta, el olor de la nivea rebozada con arena, hasta el momento agónico de las moras en las zarzas, el prólogo del colegio y esa inevitable nostalgia con que empezaban a sonar los acordes tantas veces escuchados y cantados.
Porque en realidad una canción de verano, que maldecimos, que vituperamos, que criticamos con dureza, es una traidora cápsula de tiempo, un cóctel molotov que puede estallar en cualquier momento, en el primer invierno o muchos años después y hacernos trizas aunque disimulemos, porque trae consigo los amores que duraron hasta que septiembre se los llevó por delante, la memoria de quienes compartieron con nosotros aquellos días y ya no están, el recuerdo desvaído de la fotografía de lo que éramos y ya nos cuesta reconocer.
Así que, a pesar de todo, sean ustedes benévolos con las canciones que nos estén martirizando este verano. Porque, además, dicen los neurólogos que la música es lo último que olvida el ser humano cuando las garras de la demencia o el alzheimer lo atrapan. Así que puede que olvidemos el nombre de nuestros hijos y los años entregados al trabajo, pero llegará un día en que sonará 'Despacito', el 'Waka Waka' o, peor aún, 'La barbacoa', y algo en nuestro interior se moverá, y terminaremos llorando sin que nadie pueda entenderlo.
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