¿Quién corrompe a quién?
La pregunta de si el malo, el seductor para el cohecho, es el político o el empresario es, moralmente, de escaso interés. Pero son los poderes del Estado quienes tienen que ocuparse de disuadir a los flacos de convicciones
Mientras deseo, espero que coralmente, que doña Rebeca Torró Soler y los demás cargos orgánicos elegidos por el PSOE puedan hacer una labor inmaculada en ... la organización y finanzas del aparato, me atrevo, enseguida, con la pregunta que encabeza este artículo. Renovaciones personales, decía –también en el Partido Popular que, en absoluto está para hablar–, que, por exitosas y edificantes que resulten frente a las tentaciones de sobornos y amaños, nunca lograrán el tópico de 'hacer olvidar', porque el descalabro moral y jurídico que se ha perpetrado no es fácil de borrar en la memoria colectiva y en la de las personas que, por proximidad ideológica, la estamos padeciendo con dolor.
La pregunta de si el malo, el seductor para el cohecho, es el político o el empresario (por hablar claro), es, moralmente, de escaso interés por su evidente respuesta. Una contestación que apunta a la bilateralidad, a la reciprocidad, a quién fue el primero o primera que lanzó el anzuelo. Aunque se trate de una relación delictiva, los corruptos –el que da y el que pone la mano–, se hallan en lo que, en Derecho, se llama un sinalagma: ambas partes tienen contraprestaciones que ofrecer y cumplir. Otra cosa es que, como frecuentemente ocurre, cuando las pesquisas policiales detectan la jugada, el socio se vuelva delator.
Hay, por tanto, contratistas sin escrúpulos como los hay, muy mayoritariamente, insobornables. Y lo mismo ocurre con los gestores públicos. Es una cuestión, simplemente, de quién toma la iniciativa y cómo supera, persuasivamente –si la hay–, la resistencia ética de la contraparte. Tan ladrón es quien sustrae físicamente dinero u otros bienes preciados de una propiedad ajena, como quien tiene capacidad para franquear las puertas –o la caja de caudales– para luego repartirse el botín. Un partido político puede regenerarse, no sólo de caras. Pero son los poderes del Estado quienes tienen que ocuparse de disuadir a los flacos de convicciones y no sólo con medidas represivas o de fiscalización de la contratación pública. Esto último se ha develado un fracaso de la normativa estatal y europea, tan exhaustiva, puntillosa y burocrática: se sigue robando, mientras los funcionarios y operadores jurídicos nos volvemos locos con las exigencias administrativas y contables para comprar un bolígrafo.
En un reciente estudio colectivo sobre los efectos de la pospandemia en la vida pública, recordaba cómo, con la emergencia ante la letalidad del COVID 19, se abrieron oportunidades de distinto signo. Por un lado, se produjo, contrarreloj, un desarrollo investigador espectacular, exitoso y, aunque no siempre coordinado por los intereses de las farmacéuticas y las ambiciones monopolísticas de los grupos punteros de investigación, condujo a la obtención de vacunas que detuvieron los efectos de tan contagiosa enfermedad e impidieron su propagación. Además, pese a las desigualdades en el tercer mundo, se avistó una cierta universalidad a la hora de inocular los fármacos salvíficos a la población del planeta y, en Europa, sí se produjo un gran logro que nunca habían conseguido los Tratados de la Unión: la ciudadanía europea, igual ante los tratamientos, con independencia de su lugar de residencia o estancia.
Pero siempre que emerge la virtud o el avance de la humanidad, aparecen los flancos del negocio corrupto. Parece quedar lejos, pero primero fue el mercado, negro y de todos los colores, de los respiradores. Su escasez en los hospitales, al no haber precedentes de tal magnitud, llevó a contrataciones poco edificantes. Luego, llegaron las mascarillas, con el intermedio de los guantes y el preludio y secuela de los hidrogeles. Y con los cubrebocas se hicieron ricas legiones de personas y empresas, con no pocos episodios de prevaricación por medio y contratos turbios, aún pendientes de la acción de la justicia, en la que querría confiar por más que se demore. Son las dos caras del ingenio humano. De las oportunidades para avanzar o para aprovecharse de forma insolidaria, ilegal y cruel.
En la España oscura de no hace tanto, las oportunidades las pedían, con pancartas cercanas a los cosos, los maletillas, que muchos ya ni sabrán lo que son o eran. Ahora, de las oportunidades buscadas y halladas se benefician los 'maestros' a los que, aunque no vistan traje de luces, les sobran éstas para encontrar ese dinero público que, ya se sabe, no es de nadie.
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