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Cada vez que fallece una persona destacada en cualquier modalidad artística, no sólo se recuerda en los medios algún hito trascendente de su vida, lo ... que también se hace con políticos o dignidades eclesiásticas, sino que, especialmente en la información audiovisual, se recuerdan o reproducen secuencias teatrales o cinematográficas o actuaciones musicales en algún escenario prestigioso, cuando no una composición gráfica exhibida en un museo. Es normal y muy justo. Otra cosa es que reconozcamos con la muerte lo que no apreciamos directamente en vida. Y, claro, otra cosa es, en el tan cotidiano mundo de la farándula, con ídolos efímeros de barro, que la necrológica radiotelevisiva no pueda pasar del recordatorio de un lío amoroso o de un fraude con o sin sentencia.
Pero voy al tema de los recordatorios, al que soy moderadamente aficionado, más que nada para no olvidar a tantas personas que, a lo largo del tiempo, han ayudado a formar nuestro pensamiento o nuestro gusto estético, El autor muere, pero la obra permanece, siempre que la retengamos en nuestros sentidos. También, lógicamente –y lo escribí la semana pasada– hay aniversarios de personajes de la peor calaña cuya inexistencia hubiera agradecido la Historia; pero ese es otro cantar.
Se da la circunstancia de que hoy, 22 de febrero, habría cumplido 125 años Luis Buñuel, en tanto que, hace 86, moría en el exilio, apenas llegado a Francia, Antonio Machado. Ya sé que han pasado muchos años, pero una forma de honrar a estos geniales creadores es proyectar, ahora que caseramente podemos hacerlo, una película o disfrutar con una lectura poética.
No soy ni de ver mil veces un filme ni de releer cada poco la misma obra. Creo que, de una tirada, habré leído el 'Quijote' tres veces, amén de consultas puntuales y lo mismo puedo decir de 'La Regenta' o de 'Tristana', por citar en este último caso una novela llevada al cine por Buñuel. Pero cuando, voluntariamente o por circunstancias imprevistas, uno reitera la visión de una cinta, ya normalmente en el televisor, no sólo se recrea en lo que recuerda y descubre siempre matices que pasaron desapercibidos, sino que también evoca el contexto en el que, por primera vez se disfrutó de la película: una edad con sus circunstancias; un cine que, quizá, ya no exista; una compañía tal vez almacenada en el desván de la memoria; un día del que se recuerdan otras cosas; un juicio, quizá distinto al nuevo, sobre el guion o el reparto… o la imagen y la música. Y con los libros pasa lo mismo muchas veces. No es el mismo lector el que se fascina con Unamuno a los diecisiete años que quien relee sus ensayos décadas más tarde.
Ocurre, sin embargo, con Buñuel y don Antonio que sus creaciones gozan de una vitalidad prodigiosa pese al transcurso de los años. Superarlos es tarea muy complicada, por más que ahora se prodiguen premios a la cinematografía, desde modestos hasta exorbitantes y lo mismo puede decirse de los galardones literarios, donde el mercado y determinados intereses, a veces nos dejan verdaderos bodrios revestidos de honores inmerecidos.
Invito, pues, no sólo hoy, a recordar en los aniversarios a nuestros artistas y compositores preferidos con su propia e imperecedera creación. Y hablo, también de lágrimas, en una semana de recuerdos muy dolorosos para mi familia, Machado y Buñuel murieron fuera de España. El primero, como su madre, a poco de cruzar la frontera. El cineasta aragonés, tras pasar por Francia y mil destinos, en el acogedor México; igual que Rafael Altamira a quien evoqué la semana pasada. Son circunstancias vitales que, sin duda, generaron grandes sufrimientos y un dolor colectivo en este país que despreció y persiguió a sus mejores hijos por motivos sectarios que ojalá no vuelvan a reproducirse.
Entre los muchos aniversarios que hoy pueden recordarse, también está el de los cuarenta años de la muerte del gran poeta catalán Salvador Espriu, cuya antología poética me pusieron los Reyes siendo un adolescente que, con sus versos, empezó a interesarse por una lengua que, aunque no hable en la intimidad, me sigue interesando pese a lo poco gratos que me resultan algunos personajes públicos de Cataluña.
Y más lágrimas, aunque el terrorismo haya inspirado una gran película de Arantxa Echevarría: hoy hace veinticinco años del asesinato, a manos de ETA, del abogado y político socialista Fernando Buesa. Yo estaba en política, justo en unos años donde los crímenes mortales de la banda se sucedían por todo el país, con predilección, incluso, sobre los concejales de cualquier lugar. Es un gran logro, que tiene nombre, apellidos y esfuerzo de país, haber acabado con esa lacra, aunque creo que es una infamia que siga habiendo grupos políticos que rehúyen la condena de los delitos de sangre, no ayudan a esclarecer su autoría y, encima, pretenden condicionar el rumbo del Estado que ha derrotado a esa mafia sangrienta.
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