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Ontología, sí. Ni antología, ni oncología, ni odontología, aunque esto último algo tiene que ver por las altas notas de corte en esta carrera.
Repito: ... ontología o, lo que es lo mismo, parte de la metafísica que se ocupa del ser y su eventual trascendencia. Pero, todos tranquilos, que no voy a hablar de Filosofía, campo en el que mis conocimientos son muy limitados, aunque quizá fuera interesante, para lo que viene a continuación, la disquisición de Kant sobre el ser y la nada.
Y voy al grano. Aunque no es nueva la pretensión –hasta la fecha sensatamente rechazada– de implantar enseñanzas universitarias de iniciativa privada en Asturias, en los últimos meses han arreciado las noticias acerca de las pretensiones de crear titulaciones, incluso campus, en nuestra región, para acabar con el monopolio de la Universidad de Oviedo. Y comienzo por reconocer que es una opción constitucional legítima que la legislación orgánica en la materia supedita a un procedimiento de verificación de requisitos cualitativos y cuantitativos, posteriormente elevados (si no se buscan atajos) por una ley autonómica. No estamos hablando de centros adscritos a la universidad pública –que aquí ya existen–, sino de nuevas universidades, como ya hay en muchas comunidades y, significativamente, en la de Madrid.
Hecho este reconocimiento de legitimidad de las iniciativas, vayamos a cosas que me sorprenden y preocupan. La primera, la frivolidad de algunas reacciones entusiastas, sin saber ciertamente en qué consiste lo que se ofrece. Una especie de 'Bienvenido Mr. Marshall', para hacer que una población lleve el adjetivo de universitaria, para ofrecer titulaciones que aquí no se cursan, para aumentar el número de egresados en Ciencias de la Salud o para cualquier otra justa causa. De hacer negocio, que también es lícito, nadie habla, por más que sea simple comparar lo que cuesta un máster en un centro público y en uno privado.
Esta «algarabía», como acertadamente ha llamado el rector Villaverde a esta fiebre mediática que, implícita o explícitamente está desacreditando los grados que se imparten en Oviedo, Gijón y Mieres, aparece apoyada por grupos y hasta corporaciones económicas y seguro que por profesionales que creen poder encontrar un lugar más confortable lejos de la burocratizada institución fundada por Valdés Salas.
Lo cierto es que, en España, no hablo de otros modelos, hay algunas universidades privadas muy buenas; bastantes más, flojas, especialmente en el capítulo de investigación y dedicación docente y otras, bastantes, que de universidad sólo tienen el nombre. Si alguien cree que hablo de oídas, con gusto le explico algunas responsabilidades que he tenido en la materia.
De oídas, más bien, parecen hablar aquellos que dicen que la universidad privada viene a ser un acicate de la pública, para estar a su altura. Y aquí viene lo de la ontología: ¿cómo algo que aún no existe va a espolear a una realidad de más de cuatro siglos? De momento, apuestan por la nada para corregir a lo que es. Cuando sepamos qué se ofrece, con qué calidad –el profesorado no sale de debajo de las piedras– y a qué precio, podremos comparar. Pero decantarse por un anuncio frente a una realidad es lamentable.
Claro, ha salido enseguida el tema de Medicina y Enfermería ante la escasez de personal sanitario y las jubilaciones masivas que ya se están dando. Y, sin más reflexiones, el ultraliberalismo que hay detrás de algunas opiniones, ya pide que los hospitales universitarios del SESPA acojan las prácticas de facultades privadas. Estupendo. Cuando están al límite los centros asistenciales, además a formar a los estudiantes de las privadas. ¿Y cómo se les paga? A los especialistas y al Servicio de Salud. Y a la universidad pública que convoca, conjuntamente con el SESPA, las plazas de profesores vinculados o asociados de Ciencias de la Salud, que no querrá que se disperse su labor formativa y evaluadora. ¿Hasta ahí va a llegar la flexibilización de las incompatibilidades?
Uno de los motivos de la escasez de graduados en Medicina o Enfermería son los numerus clausus tan restrictivos. Y ahí, con justicia o sin ella, las universidades siempre invocan la falta de financiación suficiente por parte de las comunidades autónomas, porque, ciertamente, es muy caro formar a estos profesionales y tampoco hay abundancia de medios personales y materiales. Pero también está –y algún dato hay– la reticencia de algunos colegios profesionales, que no sólo será corporativa. Pero, ahora, curiosamente, ya se oyen voces laudatorias de facultades privadas por parte de quienes veían con malos ojos la formación de más matriculados en la pública.
Creo, en suma, sin negar mi absoluta inclinación por la defensa de lo público, que las bondades se demuestran; no se presumen. Ni valen las comparaciones con lo que estos impulsores vienen cosechando en otros lares que pueden no parecerse en nada en las necesidades o recursos de esta región. Por eso me preocupa el entusiasmo de algunas autoridades autonómicas que hablan de complemento o mejora de lo que tenemos. Sólo he visto una reacción contundente y fundada del líder de Comisiones Obreras, José Manuel Zapico, amén de la aludida referencia a nuestro rector. No se trata de vender la piel del oso, sino de comprarla ciegamente sin saber que no es sintética.
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