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El jueves día 8, víspera del Día de Europa, fue un día que pasará, como es evidente, a la relación histórica de efemérides. Un nuevo ... Papa con unos antecedentes genealógicos y vitales que parecen un cruce de caminos; una procedencia monástica muy interesante, la de San Agustín, y una elección de nombre que remite a la doctrina social más avanzada y al diálogo ecuménico con los anglicanos, aunque lo de León XIII acabara mal, al declarar inválidas las ordenaciones en la Iglesia de Inglaterra. En fin, agustino era Lutero y no me resisto a contar una breve anécdota: mi padre fue médico durante muchos años de las Agustinas Recoletas de Oviedo, de las que tenía el mejor concepto, incluida la amplitud de mente. Un día, conversando con alguien que ostentaba responsabilidades en el convento, salió a relucir el nombre del reformador de Sajonia. Para sorpresa de mi progenitor, sin menoscabo de lo herético de sus tesis divisoras, aquella monja habló con gran respeto –y un punto de orgullo– de 'fray Martín'. Uno de los suyos, diríamos hoy y a quien, por cierto, la Iglesia Católica, tras un acuerdo con la Federación Luterana sobre la doctrina de 'la justificación por la fe', le levantó la excomunión en 1999. Preveo, aunque en materia teológica no estoy ni en Primaria, que este pontificado va a dedicar horas, esfuerzos y diálogo al acercamiento entre las ramas cristianas; algo que, especialmente con los ortodoxos rusos, le creó mucho dolor y frustración al difunto Francisco.
Pero ¿por qué hablo de presagio leonino? Pues porque, esa misma mañana, en el Niemeyer avilesino, tuvo lugar un emotivo y acertado acto de restitución de la memoria histórica, con entrega de la acreditación oficial de reparación –por desgracia, más allá de un papel oficial, poco puede revertir una muerte, la cárcel o el exilio–, con presencia de la ministra de Igualdad y el secretario de Estado de Memoria Democrática, junto a nuestras autoridades regionales. En este caso, elegida la ciudad asturiana por el Gobierno de España, la conmemoración del 8 de mayo tenía como cuestión central a recordar el drama de los niños de la guerra, embarcados desde distintos puertos españoles (entre ellos El Musel, pero también Ribadesella), cuando la derrota de las fuerzas leales, en algunos territorios, era ya algo inminente. Septiembre de 1937 fue, en Asturias, el mes de las partidas masivas hacia un destierro incierto. Hubo, con los años, retornos, pero también son numerosas las personas que forjaron su vida en la tierra de acogida. De los que volvieron, algunos se encontraron con un escenario desolador, incluso de orfandad. Nada volvió a ser igual tras aquella tragedia que, como se imploró reiteradamente en Avilés, nunca debe volver a repetirse.
Acudí al acto por una amable invitación y también como miembro de la Asociación Memorialista de Asturias, pero, muy singularmente, como hijo de una niña de la guerra que nunca olvidó aquella travesía en la cubierta de la embarcación salvadora. Ella tuvo suerte relativa, porque el pueblo bretón que la acogió –Le Croisic– fue tan protector y entrañable como su Mieres materno, desde donde logró huir. Pero la paz –esa que conmemoramos el viernes– poco duró con la ocupación nazi. La historia es bien conocida hasta el Desembarco de Normandía y la Liberación, con La Nueve al frente, de Paris.
No es cuestión de limitarse a recordar hechos dolorosos de nuestra historia europea del pasado siglo y de ahí que el acto del Niemeyer, con intervenciones brillantes y un excelente acompañamiento artístico, fuera también un canto a la esperanza. Junto a la dicción, excelente, de versos de poetas del momento y una excelsa coreografía, quiero, en este momento, resaltar la actuación, una vez más impactante, del coro El León de Oro –un proyecto integral y solidario, más que un coro– dirigido por Marco Antonio García de Paz. Un orgullo para Gozón y para toda Asturias.
Pues escuchando con delectación las tres piezas cantadas, no paró de resonarme en la mente el sustantivo que da nombre a esta agrupación musical. Cosas raras de la mente. Total, que estuvo rondándome el cerebro hasta la tarde el nombre del león. Hasta que, en mitad de una gran conferencia de Ricardo Labra en el Ridea, las indiscretas redes que pueden hasta con los actos más solemnes (exámenes incluidos), nos alertaron que no sólo había Papa, sino que el cardenal Prevost Martínez, estadounidense y peruano, iba a regir el orbe católico con el nombre de León. Que gobierne una Iglesia de paz y fraternidad y no se encuentre con la carga de actuar, conforme a su elección leonina, como el rey de la selva.
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