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Es frecuente que sepamos que algunas personalidades –también algún monstruo– han nacido en la misma fecha del calendario que nosotros. Yo sé, por ejemplo, que ... el dramaturgo Bertolt Brecht o el escultor Pablo Serrano nacieron, como yo, un diez de febrero. Pero, en el capítulo admirativo, antepongo la coincidencia en el natalicio con don Rafael Altamira; uno de los nombres que llevó el progreso en la instrucción pública a todos los pueblos de España y a muchos lugares de la América hispana.
Coincidiendo con su fecha de nacimiento, los restos mortales de este gran jurista –fue catedrático de Historia del Derecho– y pedagogo, junto a los de su mujer, Pilar Redondo, tras un dilatado procedimiento de repatriación, se inhumaron el pasado lunes en un panteón erigido por el Ayuntamiento de El Campello (Alicante), lugar muy querido por don Rafael, y se ha destacado, como signo de reconciliación, que el acto fúnebre fue presidido por el Rey. Este gesto es elogiable, aunque quedan muchas heridas por restañar, desde la Corona, incluso con miembros del mismo Grupo de Oviedo en el que militó Altamira.
Como he comentado en otro lugar, por fortuna se invitó al rector de nuestra Universidad, como era lógico, aunque los medios nacionales, empezando por las agencias de noticias, han sido cicateros o quizá gravemente ignorantes, de la relación de don Rafael no sólo con la institución académica asturiana, sino con la propia región. Adolfo Posada, compañero en mil batallas –también en el Senado– de Altamira, lo llegó a calificar de 'asturianazo'. Aquí ejerció y aquí celebró su matrimonio. Y desde el claustro ovetense, la 'Atenas hispánica' del tránsito de los siglos XIX al XX, en el que desplegó su sabiduría al lado de Sela, Clarín, Buylla o el citado Posada, entre otras personalidades, inició sus giras americanas aún recordadas a ambos lados del Atlántico. No está de más añadir que este Grupo es testigo nada pasivo del drama del 98.
A su vuelta, Rafael Altamira fue nombrado inspector general de Enseñanza y al inicio de 1911, director general de Enseñanza Primaria, A Altamira se debe la mejora de la penosa situación económica y profesional de los maestros (hasta dichos populares hay al respecto); creó un Cuerpo Femenino de Inspección Técnica. Se le vincula nada menos que a la modernización del Magisterio y a la dignificación de los recintos escolares, incluidos sus fondos bibliográficos. Preocupado, como su compañero Aniceto Sela, del higienismo y la salud del alumnado intentó la implantación de la Escuela-Jardín y la Escuela al aire libre.
Pero a lo que voy: don Rafael Altamira sin sus años en Asturias sería, sin duda, un sabio y un innovador. Pero sería otra personalidad distinta, como Cervantes no sería el mismo de haber nacido en otro país y expresarse en otra lengua. Bien está, por tanto, que ahora la Universidad de Oviedo le condecore a título póstumo y recuerde a los olvidadizos de otros lares que, sin negar sus raíces, don Rafael es muy nuestro. El Grupo de Oviedo se fue deshaciendo por diversas causas, fallecimientos, traslados, responsabilidades políticas y el Golpe de Primo de Rivera, que sorprendió en la Cámara Alta a Canella, Posada y Altamira.
La República –caso de Adolfo Posada– tampoco se apoyó en el pensamiento de este grupo de intelectuales asturianos, aunque en su corta vida, bajo la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, se crearan las Misiones Pedagógicas desde el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, siendo su figura más destacada Manuel Bartolomé Cossío, quien al frente del Patronato de las Misiones Pedagógicas, reclutó a centenares de voluntarios de diversas disciplinas docentes y artísticas. Ahí estuvieron los asturianos Alejandro Casona y Eduardo Martínez Torner. Todo se fue al traste con la Guerra y la represión. Hasta los epígonos de aquel Grupo excepcional sufrieron muertes y persecuciones. Don Rafael Altamira –a quien en Oviedo le llegaron a quitar la calle– optó por la vía del exilio mexicano del que ahora, de alguna manera, ha regresado, tras tantas gestiones familiares encabezadas por su nieta Pilar, ya fallecida.
El jueves no pude olvidar su figura, cuando el Colegio Clarín de Gijón celebró sus cuarenta años. Alas fue su compañero de claustro y amigo de Altamira y, además, por encima de todo, aquellos transformadores de nuestra cultura, antes que juristas, sociólogos o historiadores, eran grandísimos pedagogos. Todos ellos estarían muy orgullosos de que centros educativos lleven su nombre. Intentaron que toda España entrara en el aula, pero una buena parte, se resistió.
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