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No sólo como usuario, sino como asturiano orgulloso de las políticas sociales que nuestra comunidad autónoma viene desplegando desde que se instauró el autogobierno, siento ... un especial aprecio por nuestra sanidad regional a la que, por cierto, dedicó su vida mi propio padre, en unas condiciones mucho mas austeras que las tan ambiciosas de las últimas décadas.
También le tengo un cariño añadido a la organización de estos servicios en el Principado porque, como algunos saben, profesionalmente le eché una mano a Rodríguez-Vigil cuando, con una previsión elogiable y casi insólita, elaboró la que sería la Ley 1//1992, de 2 de julio del Servicio de Salud del Principado de Asturias. Y alabo la previsión, en un país en el que siempre nos pilla el toro, porque hasta el Real Decreto 1471/2001, de 27 de diciembre, Asturias no recibió las competencias estatales en materia asistencial. Dicho de otro modo, el Sespa, acrónimo querido, fue un envoltorio legal de mínimos contenidos a la espera de llenarse de cometidos y atribuciones vitales para la ciudadanía.
No todo fueron aciertos, evidentemente. Recuerdo –y alabo la eficiencia del Consejero de Foro José María Navia-Osorio– que el 23 de febrero de 2012 el Consejo de Gobierno del Principado de Asturias acordó culminar la definitiva integración del Hospital de Arriondas en el Servicio de Salud del Principado de Asturias, disolviendo la Fundación del Hospital del Oriente de Asturias Grande Covián. La medida ya se había previsto en la ley 2/2010, de 12 de marzo, pero problemas con la incorporación al régimen público de su personal la venían retrasando. La Fundación, en un ensayo de lo que venía experimentándose en otras zonas de España (véase el libro de mi grupo de investigación sobre 'Gestión privada de la salud pública', 2012), fue creada el 5 de mayo de 1995, aunque el 1 de septiembre de 2008 ya pasó a ser una fundación pública adscrita al Sespa. Lo cierto es que el hospital del Oriente ahí está, por fortuna, dando servicio a lo que aún es Área VI; eso, sí, pese a su lamentable edificación en zona inundable, como empíricamente se ha demostrado.
Hablo de áreas de las alas y expreso mi temor por que la reducción a tres –centrales–, aunque pueda ser efectiva en lo burocrático y en la coordinación de la atención a pacientes, no se haya explicado convenientemente a los destinatarios de la medida, que somos todos porque, afortunadamente, hablamos de un servicio universal. Y todos somos interesados legítimos; no sólo los expertos sanitarios y los leguleyos y economistas que se dedican a este sector. Y cuando, despectivamente, ante concentraciones, como las sucedidas ante el Hospital de Jarrio, se oyen voces diciendo que, visto quien convoca, son cuatro fachas o unos ingenuos manipulados por la derecha, me pongo malo. Que no haya reducción de servicios o especialidades en un centro comarcal de referencia y que no se deriven, supriman o aplacen consultas, ¿es una preocupación de reaccionarios? Ya está bien de sandeces simplistas. Lo que hay que hacer es explicar convincentemente y no sólo a iniciados, todas y cada una de las medidas a adoptar. Y si hay alguna preocupación por el desmantelamiento o la decrepitud de un centro hospitalario, hay que estar todos a una. Empezando por los sindicatos, que sus razones tendrán para estar tranquilos, pero no las exhiben. Y aunque conozco, como universitario, el problema de la formación en Medicina y Enfermería, los numerus clausus y las especialidades poco atractivas laboralmente, estoy seguro de que siempre se puede hacer más para evitar trasiegos constantes de especialistas, aplazamientos difíciles de soportar y carencia de información directa.
La reciente visita al Occidente de la señora consejera del ramo ha ido, justamente, en la buena línea: dar la cara, argumentar y, de paso, dar informaciones optimistas sobre la inmediata incorporación de profesionales en áreas o servicios de primera necesidad. Es una excelente noticia que no debe quedarse en un hecho aislado. El centralismo no sólo es malo, sino que es inconstitucional, ya que la Carta Magna exige la desconcentración de servicios, también a nivel autonómico, porque no podemos repetir en el ámbito regional el modelo Madrid para todo de otras épocas.
Háganse bien las cosas, con humildad, sin prepotencia y, sobre todo, con participación, no sólo de comisiones de notables, para cubrir el expediente. Ese principio con el que se nos llena la boca pero que, muchas veces, expelemos de mala manera. ¿Que luego la maledicencia sectaria trata de desacreditar las acciones positivas, con expresiones como 'estos no duran aquí' o 'mañana piden la baja'? Pues está fácil: se demuestra lo contrario con seguimientos continuos de la continuidad y calidad de los servicios y, de la misma manera, se informa de los bulos a la ciudadanía inquieta. Pero insisto: ante la lógica preocupación por el mantenimiento de los estándares de satisfacción de la asistencia sanitaria, debemos estar todos unidos, no degradando al de al lado por no votar como nosotros. La sanidad pública –y sus listas de espera– va a sufrir en breve un largo embate si Muface, Mugeju e Isfas se disuelven. Seamos conscientes. Y eso, si se quiere mantener el mismo grado y tiempos de atención, va a requerir un esfuerzo impositivo adicional. No tiremos, pues, piedras contra nuestro propio tejado, el que nos cobija de las inclemencias de la salud.
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