De un maestro que fue amigo
De vez en cuando del despacho de Carantoña, con el que ahora Canal estará haciendo chanzas y redondeando erratas (esto, seguro, ante la sonora carcajada ... de quien fue su maestro y el de todos), se oía decir: ¡Doctor! Y la redacción levantaba la mirada. Algunos de reojo, yo he de confesar que total y abiertamente. Me mataba la curiosidad por descubrir qué clase de receta reclamaba la insólita llamada de la persona más erudita que había conocido. Canal salía de su despacho acristalado (con el tiempo y las reformas la trasparencia de sus paredes desapareció aunque la puerta siempre abierta seguía haciendo enormemente presente su presencia) y se apresuraba a ver qué cuestión, nunca existencial, le planteaba el sabio que dirigía el periódico. Y es que para Carantoña, Canal era lo que fue para todos, el portador inequívoco del conocimiento preciso, el dato exacto, la referencia concreta, el antecedente perfectamente situado, la circunstancia real, la nota, el apunte, la reseña. Era su apoyo, el doctor de todas las licenciaturas, que apilaba una enciclopedia completa a pocos centímetros de su barba blanca. La misma que envolvía con idéntica naturalidad grandes broncas y abiertas sonrisas, aunque la verdad es que Canal sonreía con los ojos. Confieso que tardé tiempo en descubrirlo, porque su seriedad era legendaria. Le costaba encontrar cariño para dar a los nuevos, pero de repente un buen día te habías convertido en su familia. Conocer a su maravillosa compañera María Teresa fue la demostración inequívoca de que la barrera se había roto. El afecto de ella no era otra cosa que la devoción trasladada por él. Descubrirle bajo su coraza fue una aventura que siempre agradeceré haber vivido. Por eso su pérdida, más allá de la del gran periodista y el maestro, la del singular doctor, es la tristísima pérdida de un amigo.
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