El día en que América ardió
Los disturbios raciales de julio de 1967 sirven a Kathryn Bigelow para firmar un poderoso y terrorífico fresco social en 'Detroit'
Un lustro después de 'Zero Dark Thirty', tan sobria en su imagen como discutible en su mensaje, Kathryn Bigelow regresa a la cartelera por la puerta grande con una de las mejores películas del año bajo el brazo. Provista de un vigor incontestable, la desasosegante 'Detroit' cuenta con un ritmo inmejorable. Sus 143 minutos de duración se quedan cortos a la hora de describir un triste episodio en la historia de EE UU, un país forjado a base de violencia que no parece querer quitársela de encima. Se devora con fruición, aferrado a la butaca, la perturbadora descripción de los disturbios que asolaron las calles de la ciudad que da título al filme, en el estado de Michigan, en julio de 1967.
En medio del caos y el desconcierto provocado por una redada en un bar nocturno que encendió la mecha del descontento, un trágico suceso acabó con la vida de varios jóvenes cuyo error fue estar en el sitio equivocado en un momento inoportuno. Fueron culpables de un delito que no cometieron, juzgados por el color de su piel. Un tema delicado que deja entrever las fisuras de un estado policial donde tienen cabida mentes racistas y cuerpos corruptos. La manzana podrida en el cesto, ese que no se cambia aunque huela a muerto.
'Detroit' se permite licencias en pos del espectáculo, no atiende a los hechos reales con plena exactitud, nos pone en aviso de antemano. Da su propia versión de lo acontecido basándose en los informes existentes y en los testimonios recogidos en varias entrevistas a las víctimas y agentes inmersos en el indignante despropósito al que dio pie la revuelta ciudadana. Bigelow introduce al espectador en los disturbios raciales al comienzo del filme, antes de presentar a los protagonistas, como si tuviese entre manos lo que en literatura se llama cajas chinas a favor de la dramaturgia. Describe uno de los grandes problemas que padeció la sociedad norteamericana en los años 60, un tumor difícil de extirpar que se reproduce en la actualidad, generando metástasis (ahí están los altercados en Charlottesville que ocuparon los telediarios), para centrarse en una aterradora noche en un motel que acabó con tres hombres desarmados abatidos a quemarropa mientras el resto del grupo era golpeado y torturado. Paralelamente, la responsable de la oscarizada 'En tierra hostil' homenajea a la Motown y a toda la música de una época que rompió barreras y hermanó a los pueblos. Ejemplar banda sonora la que acompaña a varios relatos dentro de uno, una sola película con una entidad narrativa digna de elogio.
El poderoso fragmento central, la incursión de la policía en el interior del establecimiento hotelero, puede recordar a 'Asalto a la comisaría del Distrito 13' y a los westerns de referencia de John Carpenter, elevando el protagonismo del comportamiento irracionalidad in crescendo de los implicados, un descontrol que pone la piel de gallina y no deja apenas respirar. Da auténtico pavor. 'It' se queda en un juego de niños al lado de la tremenda tensión que consigue Bigelow con un puñado de actores en el pasillo de una vivienda. Puro terror difícil de olvidar porque lo que contemplamos como público ha pasado de verdad y desfila ante nuestros ojos con similar intensidad. Podemos oler la sangre y el miedo que emana de la gran pantalla. Cuando parece que todo se acaba, quedan las escenas del juicio, despachadas haciendo honor al conjunto, subrayando el desconcertante destino de aquellos que vivieron una injusticia que, a día de hoy, no encuentra una conclusión definitiva. Muchas heridas que curar, cicatrices de una civilización exhausta.
Bigelow emplea imágenes de archivo para dar veracidad a la historia, fragmentos de piezas documentales y noticiarios bien ensamblados con el material rodado cámara en mano, en la línea de la reciente 'Día de patriotas', recomendable thriller sobre el atentado del maratón de Boston, o la popular serie 'Narcos', donde se fusionan texturas sin complejos. Se ha normalizado el cruce entre ficción e imágenes encontradas en el cine mainstream actual, abriéndose una interesante puerta para hurgar en nuestro pasado y revisar polémicos y turbulentos sucesos históricos llegando al gran público. Necesitamos películas como 'Detroit”, un puñetazo en la retina. Cinema verité en toda regla, del que incomoda.
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