Alberto Rodríguez
El autor de 'Los Tigres' desembarca en Movistar Plus+ con una serie que analiza el fallido golpe de Estado del 23-F
Acaba de firmar uno de los thrillers más interesantes del año, 'Los Tigres', todavía en las salas de cine, y apenas veinte días después desembarca en Movistar Plus+ con 'Anatomía de un instante', la serie que adapta la novela homónima que Javier Cercas publicó en 2009. Dice Alberto Rodríguez (Sevilla, 54 años) que su primera pulsión fue decir no al proyecto, al fin y al cabo el director ya había transitado la época en películas como 'Modelo 77'. Sin embargo, la lectura de la novela le hizo cambiar de opinión. Estructurada en cuatro episodios de 45 minutos, la serie analiza el fallido golpe de estado del 23 de febrero de 1981 a través de los tres hombres que permanecieron firmes en su escaño bajo la lluvia de balas: Adolfo Suárez (Álvaro Morte), Santiago Carrillo (Eduard Fernández) y Manuel Gutiérrez Mellado (Manolo Solo). El resultado es un thriller estupendo, de ritmo desbordante y con guion exquisito.
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-Su serie no la hubiese comprado Netflix, ¡qué forma de fumar!
-(Risas). Pues sí, pero yo me he criado en un mundo en el que se fumaba en el cine, en el autobús... El médico venía a auscultarte el pecho y lo hacía fumando, ¿sabes? Los padres fumaban en los coches, con las ventanillas cerradas en invierno, en ese mundo en el que el humo no era pernicioso. Pero bueno, qué le vamos a hacer, si queremos representar aproximadamente cómo era la realidad, el tabaco estaba ahí y no hay más que ver las imágenes del hemiciclo esa noche. Y por otra parte, creo que Rafael Cobos, el guionista, ha tenido la gran habilidad de jugarlo como una pieza dentro de la película. O sea, ha terminado teniendo sentido. Es algo que se comparte, es algo a lo que se es fiel o a lo que traicionas... Sería una metáfora más, a veces.
-¿Cómo surgió la idea de adaptar la novela de Javier Cercas?
-Empezó como un encargo de Domingo Corral, que entonces estaba en Movistar, y José Manuel Lorenzo, de DLO Producciones, que ha terminado siendo el productor de la serie. Comimos juntos y me propusieron hacer una serie a partir de este libro sobre la Transición. Y yo, conforme me lo iban contando, ya iba diciendo que no lo iba a hacer porque nosotros ya habíamos hecho un par de películas que transitaban por este momento histórico. La cosa es que no terminé de decir que no y me dijeron que me llevara el libro, que no lo había leído. Mientras lo leía, cosa extraña, iba viendo muchas cosas: que había unos personajes potentísimos, así como una reformulación de la historia con mayúsculas que me pareció interesantísima.
-Cambió de idea.
-Si les dije que no un viernes, el lunes estaba llamándoles para decir que sí (risas). Y eso que es una novela de no ficción, que buena parte del mérito de la novela de Cercas y de lo que uno disfruta como lector, tiene que ver con la forma. Pero hay demasiados elementos, es tan rica que termina trascendiendo todo. Creo que es uno de los grandes textos que se han escrito en castellano en los últimos años.
-¿Participó Cercas de alguna manera en el proyecto?
-No. Yo cené un día con él y con David Trueba, que fue muy amable porque nos hizo de puente, ya que ellos ya se conocían. Le hice unas cuantas preguntas y me respondió a lo que quise. Y luego quedó otro día con los guionistas y ya está. Ese fue el contacto que tuvimos con él. Luego no quiso leer los guiones y no pudo venir al rodaje. Con lo cual ya no nos volvimos a ver hasta el día antes del estreno en el Festival de San Sebastián. Antes, le mandamos a su casa un link para que se viera los capítulos y nos respondió, muy efusivo, que la serie le había encantado, que le había gustado muchísimo y que estaba encantado de hacer promoción con nosotros. Me contaron los guionistas que cuando se vio con ellos se abrazaron y Cercas les dijo: «A mí me parecía imposible que esto se pudiera adaptar» (risas). Rafael me decía que a lo mejor esperaba que esto fuera un horror. No sé, yo creo que está contento.
-¿Cómo abordaron la adaptación?
-Desde el principio no había intención de plasmar el libro completo de Cercas, entre otras cosas porque es una catedral, es una cosa gigante que no para de ramificarse y de crecer. Pero sí queríamos adaptar cierto espíritu, esa idea de los tres traidores, de esos hombres que se quedaron en el momento clave, que son los tres que traicionaron a sus ideas, a los suyos y al pasado y al presente para lograr un futuro distinto. Esta idea, que es un poco la espina dorsal de la novela, creo que es lo que sí sostiene y tiene en común la serie con la novela.
-Eduard Fernández, Álvaro Morte, Manolo Solo, Miki Esparbe, David Lorente... El casting es espectacular. ¿Cómo fueron encajando las piezas en el rompecabezas?
-La verdad es que sí, es uno de los mejores castings que hemos cerrado en los últimos años. Curiosamente, el primero fue Eduard Fernández. Todavía no era el gran año de Eduard (risas), pero nosotros habíamos hecho juntos 'El hombre de las mil caras', la película sobre Paesa, y la verdad es que creo que para los dos esa película fue una gozada, igual que lo ha sido este rodaje. Cuando tuvimos el guion del capítulo 2, se lo mandé y me respondió un par de días después diciendo que estaba encantado de ayudarme a contar esta historia. Con Santiago Carrillo no tuvimos ninguna duda.
-Más difícil, imagino, fue dar con Adolfo Suárez.
-Fue la gran dificultad, encontrar un Suárez convincente, porque era la piedra angular del proyecto. Creo que es más difícil de representar, por peculiar, porque tenía esa energía tan especial, esa elegancia. Rafael me decía ayer que a nadie le queda bien la ropa deportiva de los 70. Pues a Suárez sí, y a Álvaro Morte también (risas). Álvaro viene de una propuesta de Eva Leira y Yolanda Serrano, las dos directoras de casting con las que he trabajado durante estos últimos años y creo es uno de los mejores trabajos que han hecho nunca. Está todo el mundo bien encajado. Morte estaba en Londres, haciendo una obra con la hija de Phil Collins, y me dijeron ellas, bueno, pues volamos allí, hacemos la prueba y nos la traemos y lo vemos. Y, efectivamente, cuando vi la prueba... Álvaro tiene muchas cosas que no se pueden comprar ni aprender. La elegancia, el saber estar, una credibilidad por encima de lo habitual. Después de los primeros días, ya me acostumbré a que Suárez era él y me dio la sensación de que no podía haberlo hecho otro. Ahora ya con la serie acabada se ve todo como con mucha naturalidad, pero no era tan fácil verlo al principio. Lo que pasa es que yo estoy muy acostumbrado a Eva y Yolanda en propuestas que, de primeras me desmontan, y luego son fantásticas como, por ejemplo, poner a dos cómicos a hacer 'La isla mínima', que eran Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez, que habían hecho poco drama y luego, mira, funcionaron como un reloj suizo. Y el resto pues fuimos completándolos poco a poco.
-Me pregunto si un casting con actores como estos, que están en un momento profesional tan bueno, limita de alguna forma la producción, ya sea por cuestión de presupuesto o simplemente de logística porque tienen las agendas más ocupadas.
-No, no especialmente. Y aparte ha habido algo muy importante en esta serie y es que ha estado todo el mundo muy implicado. Había como un peso, una responsabilidad, que creo que sentíamos todos, primero por abordar la historia con mayúsculas y luego por abordar un texto tan sumamente complejo y rico. Entonces venía todo el mundo con todo muy preparado. Sacábamos mucho rédito a los ensayos porque la gente estaba muy concentrada. En fin, ha habido mucha profesionalidad y ninguna tontería de egos. Ha habido compañerismo absoluto y eso yo creo que nos ayudaba a todos a ser más certeros y a que las cosas funcionaran con más efectividad.
-Sorprende mucho el guion, con esa voz en off, que es la del autor, que matiza o discute lo que los personajes expresan en la pantalla y que también acerca la ficción a un documental.
-Está todo muy estudiado. Hubo una primera fase en la que diseñamos la estructura, que eran los tres capítulos de los tres traidores y luego el cuarto con el juicio, que nos parece un buen encaje para volver a contar una cosa que ya se había contado un montón de veces, el golpe, que yo creo que ya queda poco por saber de los acontecimientos. Y esa primera fase fue rápida. Después yo me tuve que ir a rodar 'Los Tigres' y se quedaron con el guión Rafael y Fran Araujo, y eso creo que fue un año de trabajo para los cuatro capítulos porque volvieron a documentarse. Si te das cuenta, hay acontecimientos y personajes que prácticamente no están en la novela de Cercas y aquí están desarrollados como por ejemplo Teodulfo Lagunero, el millonario comunista, con esa contradicción tan grave, pero que podía darse en un mundo distinto como era el de los años 70.
-¿Qué fue lo más complejo?
-Fue encontrar cómo construir la parte más humana de los personajes, porque Cercas tiene esa cosa casi infinita en su libro de ir desplegando como una especie de juego de muñecas rusas a cada personaje, y desmontándolos y creando otra línea y entonces te vas dando cuenta de lo poliédricos y ricos que son. Y aquí había que concretarlo en cuestiones. Por ejemplo se apoyaron en los dolores de mandíbula de Suárez para establecer, por primera vez, la relación de amistad entre Suárez y Gutiérrez Mellado, que yo creo que funciona maravillosamente, y empiezas a entender cómo evolucionan. Humanizaron muchísimo a Carrillo cuando lo ves en el exilio francés, intentando simplemente conseguir un pasaporte, totalmente fuera del país y del juego político y del sitio al que quiere regresar. En ese sentido yo creo que han hecho un trabajo maravilloso y que en el fondo respeta la novela. No podíamos resumir el libro porque para eso hubieran hecho falta tres temporadas.
-De hecho le iba a decir que una de las mejores decisiones es limitar el desarrollo a cuatro episodios. ¿Por qué es tan raro que se vaya al grano en la ficción televisiva?
-No lo sé, pero a mí, quizás porque me gusta más la duración de las películas, suele ocurrirme que entre el primer y el segundo capítulo siempre hay momentos en que digo ¿por qué no es uno en lugar de dos? Y entiendo que debe haber razones monetarias también, pero en este caso estaba muy claro que eran cuatro y que los cuatro iban a tener un tratamiento distinto. Si te fijas son como cuatro pequeñas películas. Están atravesadas por acontecimientos, por los personajes, por todo lo que es transversal a toda la historia, pero en el fondo el estilo del primero es mucho más desenvuelto y casi pop; el segundo se va volviendo más serio y se vuelve una película de espías casi; el tercero es muy violento y mucho más seco, y ya el último, prácticamente, la puesta en escena es una concesión a la inmovilidad, estamos casi sujetos a un trípode y los actores prácticamente quietos. Realmente hay una evolución de la puesta en escena y de los acontecimientos cuando se van ennegreciendo y se van volviendo más dramáticos, más duros y se van encontrando con ese futuro que acaba en el golpe.
-Hay también una labor importante a la hora de localizar.
-El director de arte, Pepe Domínguez, yo creo que es uno de los mejores del país y yo, si hubo problemas, realmente no me enteré. Sé que hubo mucha discusión por ampliar, por intentar no hacer una película de despachos o de salones y poder enseñar exteriores, que se vieran las casas por fuera. Creo que eso se ha conseguido y amplía el campo de batalla, por decirlo de alguna forma, y hace más creíble en la época.
-Rodaron también en el Congreso de los Diputados. ¿Cómo fue la experiencia?
-Eso ya fue una dificultad, como se dice en ciclismo, fuera de categoría (risas). Hacía muchos años que no se rodaba en el Congreso y lo primero que fue un auténtico quebradero de cabeza fue conseguir el permiso. Finalmente, nos dieron un permiso por tres días, prácticamente todo lo que hay en el Congreso, el arranque y el final de todos los capítulos y unas cuantas secuencias sueltas. Cuando fuimos a localizar... Realmente uno es un ingenuo porque lo ve por televisión y le parece igual, pero cuando llegamos al hemiciclo me di cuenta inmediatamente de que todo estaba transformadísimo. Con la entrada de las nuevas tecnologías, claro, cada diputado tiene una pantalla, un teclado, un micrófono, un sistema de escucha... En fin, se ha tecnificado y se han construido unas mesas que no tienen nada que ver con lo que era el Congreso en el año 81. Entonces nos dieron un mandato: «Os dejamos tres días de enero, que no hay plenos, pero si se produce un pleno de emergencia tenéis que despejar el Congreso en tres horas». Eso significaba que toda la transformación que hacía el equipo de arte tenía que ser efímera, o por lo menos que se pudiera quitar en tres horas y fue muy complicado. Hubo momentos en el Congreso en que estábamos rodando a la vez con tres unidades: una en el hemiciclo, una en un pasillo y otra en el exterior. Y luego también hubo un problema añadido y es que buena parte de lo que rodamos ahí no lo habíamos ensayado, porque la serie en realidad se empezó a rodar en marzo. Lo único que habíamos ensayado era el golpe en sí, en una nave industrial, una y otra vez. Otro problema es que Álvaro no pudo incorporarse a sus ensayos hasta casi el final porque seguía en Londres en la obra de teatro, con todo vendido, así que llegó prácticamente en el último ensayo y ya directamente «siéntese ahí, que vamos a rodar» (risas). Fue bastante apabullante el arranque, pero bueno, también ha sido una oportunidad histórica completamente y sin eso hubiera sido imposible hacer la serie.
-¿Qué es lo que más le ha llamado la atención durante la preproducción de la serie?
-Casi todo viene del libro. A mí me parece interesantísimo, por ejemplo, la aproximación que hace Cercas a figuras históricas, a Suárez, a Carrillo, a Gutiérrez Mellado, que uno ve como monolíticas, casi como estatuas de un parque y él, sin embargo, las ve como seres humanos que son capaces todos de lo peor y de lo mejor. Y las razones para tomar decisiones históricas, que nos parecen como tomadas por prohombres que solo están pensando en el momento histórico, pues se pueden reducir a veces a instintos más bajos, más perentorios, como la ambición o al ego o, si me apuras, la pura chulería. Y eso hace que los personajes sean mucho más humanos, que la política tenga que ver también con las personas y no con la visión de estadista, sino justo con lo contrario, la visión desde abajo de un ser humano. Hay una secuencia, en la que hablan Suárez y Carrillo, que son cinco minutos hablando y pasan volando. Y ahí solo están exponiendo, solo es la palabra todo el tiempo y son dos personas hablando y se acabó. Y esa es un poco la base de toda la serie: que hay que renunciar a algo para conseguir algo mejor. Eso es la política, es que no es otra cosa. Eso es quizás es lo más importante de lo que he aprendido, que la política es eso: cuando dos se reúnen y saben los dos que tienen que renunciar a algo para conseguir algo mejor.
-La serie no toca el papel que jugó la iglesia en todo esto.
-En el libro sí se apunta que Suárez tuvo unas relaciones horribles con la Iglesia porque aprobó leyes que a la Iglesia le parecían fatales. Además, él era de misa diaria y para él fue muy duro que Tarancón le atacara, pero es que es lo que te decía de la catedral o del árbol gigante (risas). Es que era imposible. Todo mi entusiasmo inicial de qué maravilla adaptar esto... Hay que desbrozar esto para ver cuáles son las ramas principales de este árbol, ya te vuelves medio loco. Y sí, lo de la iglesia es muy interesante como telón de fondo porque este era y es un país católico y es una pena que no hayamos podido reflejar esa parte, pero es que no cabía. Creo que Gutiérrez Mellado y él rezaban todos los días juntos. A ver, es un personaje lleno de contradicciones, es lo bonito que tiene. Mucha gente va a descubrir cuando vea la serie que Suárez era falangista. El primer presidente de la democracia era un falangista. Es bastante chocante, cuanto menos.
-¿Cree que la transición fue modélica?
-Pues yo creo que se hizo un poco lo que se pudo, esa es la sensación que tengo, y también tengo la sensación de que las cosas que se hicieron mal nos pasan factura, pero que probablemente no había otra forma de hacerlas. No lo sé, pienso que muchas cuestiones de pura justicia, de ajuste de cuentas, con una guerra prolongada por cuarenta años de dictadura, quedaron pendientes. Se dice pronto, pero que es que esa gente mandó en este país todo ese tiempo y eso es muy doloroso para la otra parte. El problema no está en no haberlo arreglado durante la Transición, el problema es que estamos en 2025 y todavía hay cosas que no podemos ni hablar y es triste que no se considere la posibilidad de revisar un poco más y de dejar más clara la historia y hacer más pedagogía para que no pasen cosas como la encuesta del CIS en la que casi un 20% de los jóvenes calificaban la etapa de Franco como «buena».
-¿A qué cree que se debe?
-Es un fracaso del sistema educativo, pero también de los padres de este país y de la transmisión y también es consecuencia de lo polarizado del asunto ahora mismo, de lo retorcido de un lenguaje que se ha vuelto populista y que se ha descargado de sentido. La palabra libertad ya no significa lo que significaba. ¡Pero cómo van a sentir estos chavales nostalgia de algo que no vivieron! Si lo que sienten es cierta melancolía de un pasado y que idealizan, lo que habría que explicarles simplemente es: «Imagínate que no puedes pensar de ninguna otra manera más allá de la que te digan. O imagínate que existe un módulo en prisión para homosexuales. O imagínate que como mujer necesitas que tu marido te dé permiso para abrirte una cuenta en el banco». Es una barbaridad. No tiene ningún sentido. Yo creo que se están confundiendo dos cuestiones: la rebeldía, que es inherente a la adolescencia o a un momento vital, y lo reaccionario, que es justo lo contrario. Reaccionario significa volver al pasado, volver para atrás, no rebelarse, sino involucionar.
-¿Cree que una serie como esta puede abrir los ojos a estos chavales?
-A los jóvenes no se les puede decir nunca lo que tienen que ver, porque entonces no lo verán. Creo que hay que hacer lo contrario, que lleguen a las cosas por sí mismos. En el momento que les imponen algo, ocurre el efecto contrario. Pero bueno, quizás sí puede servir para aclarar ciertas cuestiones, incluso a gente que cree que sabe mucho sobre la Transición o sobre alguno de estos personajes. O para una cosa que, por ejemplo, se acerca en un prólogo del libro. También puede servir para una cosa que dice Cercas en el prólogo del libro. Él habla de que hubo una encuesta en el Reino Unido en 2009, que es cuando se publicó la novela, y el 25% de los encuestados dicen que Winston Churchill es un personaje de ficción. Esa encuesta hecha en España ahora mismo... Yo no sé cuántos dirían que Adolfo Suárez es el nombre de un aeropuerto o cuántos sabrían quién es Carrillo. ¿Y Gutiérrez Mellado? Bueno, si la serie sirve para refrescar, para recordar... Yo tampoco creo que la serie pretenda blanquear a nadie, sino justo lo contrario: creo que lo que hace es recordar que las victorias, las libertades, lo que se gana, se pierde con mucha facilidad, y hay que estar siempre atento porque mira lo que está pasando en otros países, todo puede ir para atrás y muy rápido. La serie recuerda eso porque se metía tanta presión sobre el Gobierno, sobre una democracia incipiente, que terminaron llevándola al abismo, claro. Pero fueron todos, y eso sí que queda claro en el libro de Cercas, desde el Rey hasta la iglesia, los empresarios, los partidos políticos de la oposición, los de su propio partido...