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Arriba, restos del coche bomba que los terroristas hicieron estallar al paso de José Mari Korta. Nacho Artero

25 años de aquel verano sangriento de ETA

Memoria ·

En 2000, la banda estaba en uno de sus momentos más letales, con numerosos atentados y con los ediles no nacionalistas en la diana

Jesús J. Hernández

Domingo, 13 de julio 2025, 12:26

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Todos los veranos parecen el mismo pero algunos son muy diferentes. El del año 2000 fue una herida abierta. ETA asesinó aquel año a 23 personas, perpetró 70 atentados y dio muestras de una fortaleza macabra en la que difícilmente se podía atisbar un final que, por otro lado, no estaba tan lejano. La 'kale borroka' sacudía a diario las calles y las fiestas populares. La banda irrumpía en los telediarios con acciones sucesivas en puntos muy lejanos de la geografía española. Para Raúl López Romo, historiador del Centro Memorial, «el 2000 es el peor año de ETA en los tiempos recientes».

En aquellos meses de sol las víctimas mortales se sucedieron como una cruel letanía. En mayo, el columnista José Luis López de la Calle, en junio el concejal del PP en Durango Jesús Mari Pedrosa, en julio el edil malagueño José María Martín Carpena y el ex gobernador civil de Gipuzkoa, Juan Mari Jauregui. Luego, un agosto que hizo temblar. El empresario guipuzcoano José María Korta, el militar Francisco Casanova en Berriozar, los dos guardias civiles de Sallent de Gállego -Irene Fernández y José Ángel de Jesús Encinas- y el concejal en Zumarraga Manuel Indiano. Ya en septiembre, el edil de Sant Adrià de Besòs José Luis Ruiz.

Para López Romo «este es el año de los magnicidios, que se inician con el asesinato del vicelehendakari Fernando Buesa en febrero y luego con el ex gobernador Juan Mari Jauregui y el exministro Ernest Lluch». También es abultado el listado de heridos, con 27 nombres. Algunos tan relevantes como el jurista, consejero y parlamentario vasco José Ramón Rekalde. La proporción de asesinatos de políticos no nacionalistas es inédita. «8 de las 23 personas que mataron en el año 2000 son políticos del PP y el PSOE, un 35%. Un porcentaje que nunca había sido tan alto. No dejaron de atacar a sus colectivos habituales pero se ensañan con los políticos no nacionalistas», apunta el historiador del Memorial. Si la 'ponencia Oldartzen', la socialización del sufrimiento, los puso especialmente en la diana en 1995, es ahora cuando esa maquinaria letal está perfectamente engrasada. Al timón de la rama limitar llegará ahora uno de sus jefes más duros, Francisco Javier García Gaztelu, 'Txapote', hasta que fue detenido en 2001 mientras almorzaba en una terraza de la localidad francesa de Sables d'Or. A finales de 2000 se sella el pacto antiterrorista, un documento suscrito por el entonces presidente José María Aznar y el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero.

Para el historiador Raúl López Romo «este es el año de los magnicidios, con Buesa, Jauregui y el exministro Ernest Lluch»

¿Cuáles son los precedentes de aquel verano sangriento? López Romo señala el pacto de Lizarra, el acuerdo soberanista de PNV y EA con la izquierda abertzale que se firmó en 1998 y desembocó en la tregua. «Tras muchas desconfianzas mutuas, el acuerdo se rompe en julio de 1999 y ETA vuelve a matar en enero de 2000. La banda dedicó el tiempo sin acciones a reorganizar muchos comandos. Es ese momento que retrata muy bien la película 'La Infiltrada' hasta la caída de 'Kantauri' en Francia», explica. «Esa reorganización les permitirá atentar con fuerza en el año 2000 y 2001, con una ofensiva muy grande, y luego entran en caída libre, algo de lo que ya no se recuperarán», concreta. En junio de 2000 se concretan las voces críticas con el terrorismo en el entorno de la izquierda abertzale, y surge la corriente Aralar, que se presentará pocos meses después y será liderada por Patxi Zabaleta. Aquel bloque monolítico, al menos en apariencia, deja de serlo.

Nadie habría atisbado, en mitad del calvario que supuso el verano de 2000, que el fin de ETA estaba cerca. Entre las razones del desplome, el historiador del Memorial señala «las detenciones, el trabajo de Inteligencia y el hecho de que ETA estaba ya muy infiltrada. Enseguida llegaremos al momento en que la Policía les detiene antes incluso de que puedan atentar y, finalmente, antes de que pasen de Francia a España». En 2000 se registraron 134 detenidos. Al año siguiente fueron 206. En los años siguientes la lucha antiterrorista se convertirá en algo global tras el 11-S, acelerando el proceso.

No es sólo ETA, este verano la kale borroka volvió a batir récords. «Ya había estado muy activa durante la tregua y en el año 2000 se mantiene. Donde no llega la banda, llegaban sus cachorros para extender el miedo y la sensación de control de la calle por parte del mundo radical», analiza el responsable de Educación y Exposiciones del memorial. Enfrente, 'Gesto por la Paz' y 'Basta ya' salen a la calle cada vez con más fuerza. «En Miguel Ángel Blanco se produce un punto de inflexión, pero fue a más, y la sucesión de atentados del año 2000 fueron respondidas con manifestaciones multitudinarias, y unitarias, después de la de Buesa (en la que siguió al asesinato del vicelehendakari hubo tres marchas: nacionalistas, Gesto y no nacionalistas).

Último aviso

La violencia callejera no se limitaba a la quema de contenedores y mobiliario, ni a los ataques a la Ertzaintza. A veces ejercía de prólogo del crimen, a modo de último aviso. Consuelo Ordóñez lo sabe bien. «Tras años de campaña de persecución, con dianas en mi portal y mi cara en todo San Sebastián, señalándome en Egin y Ardi Beltza, aquel verano fue especialmente duro porque atacaron mi casa con siete cócteles: lo mismo que habían hecho con otros antes de asesinarles», explica la hermana de Gregorio Ordóñez. Se refiere, entre otros, a López de Lacalle, «la campaña que él vivió fue muy similar en mi caso. Y no tardaron mucho en matarle. A mí, en aquel momento, ni me pusieron escolta».

«Estaba medio dormida y escuché como unos petardos y al llegar al salón había fuego en todo el balcón. Bajó el vecino de arriba a ayudar y me avisó de que había un cóctel que había entrado dentro de casa», recuerda. La presidenta de Covite lamenta que, «aunque denuncié los hechos, como siempre, jamás se me notificó nada». Era casi una rutina en aquel verano sangriento.

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