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Cuando encontraron a M. J. M. muerta en su casa de la calle F-1 (hoy Poeta Alfonso Camín), nada parecía normal. Ni las circunstancias del deceso ni el estado de la casa. «Por lo tanto, en el hecho interviene la Brigada de Investigación Criminal y la autoridad judicial correspondiente», contábamos el 20 de septiembre de 1973. Al día siguiente, hace hoy 50 años, cuando aún ese tipo de violencia -estructural, constante, pertinaz, terrible- no tenía nombre, el suceso se reveló como un caso de violencia de género. A M. J. M. la había asesinado su marido, E. C., un minero de 47 años que confesó el crimen a los agentes de la BIC.
La mató, dijo, por no dejarle hecha la cena. «El martes dice que salió al trabajo a las siete y media de la mañana, concluyéndolo a la una de la tarde, y que durante esas horas ingirió algunas bebidas alcohólicas, y antes de personarse en su domicilio, después de la salida del trabajo, se bebió cinco pintas. Al llegar a su casa, como de costumbre, se halló con su esposa en la cama, y comenzó una discusión violenta por no encontrarse con la comida preparada».
La historia, tristemente, es la habitual. También la forma de narrarla. Según E. C., las discusiones eran constantes cuando él estaba bebido. Esa noche, «colérico, se fue hacia un mueble bar que posee el matrimonio, y tomando una botella de anís, que podría contener medio litro de este licor, la obligó a ingerirlo por la fuerza, logrando con esta manipulación que se desplomara desmayada su esposa».
No contento con eso, cogió del brazo a la mujer, ya inconsciente, «y la arrastró por el pasillo, donde la dejó tendida». Fue de nuevo al mueble bar, en esta ocasión para coger una botella de coñac de tres cuartos de litro, y también «se lo dio a tomar por fuerza». Movió el cuerpo, inánime, de M. J. M. a la cama, la cubrió con varias mantas y se acostó con ella. A las tres y media de la mañana, al despertar, comprobó que la mujer a la que un día había jurado 'amar y respetar' estaba muerta. Aún quedaban más de 25 años para que este tipo de violencia pasase a formar parte de las agendas políticas. Medio siglo después, sigue la lacra.
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