Ayuda para los refugiados de Cuba y Filipinas

Si 1898 fue el año de la pérdida de las colonias, 1899 lo fue el de las consecuencias de la misma. La primera, también la más gráfica, sería la llegada a nuestro puerto de cientos de refugiados. Desde soldados hasta, como decía EL COMERCIO hace 125 años, «familias enteras que en el desastre colonial perdieron fortuna y modo de vivir». Primero desde Cuba; y ahora comenzaba el goteo de «centenares de compatriotas a quienes después de haber recorrido dolorosísimo calvario en los bosques filipinos, solo aguarda en España la lucha horrible contra el hambre y la miseria». Aún quedaban por llegar, porque los del sitio de Baler, aquellos que devendrían en ser 'los últimos de Filipinas' en el imaginario popular, no salieron hasta junio de aquel año. Pedía EL COMERCIO tal semana como esta «la taza de caldo que les conforte y la prenda de abrigo que les preserve de los rigores de la estación, a ellos que vienen de climas tropicales». Lo gestionaría la Cruz Roja, de sus propios recursos y de las limosnas que les proporcionasen los gijoneses. «Es indispensable el concurso de todos», decíamos, y sí.