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La adolescencia tiene mala fama. Se habla de adolescentes difíciles, rebeldes, desconectados o egoístas. En nuestra sociedad, esta etapa suele estar estigmatizada. Y claro, si nos acercamos a ella desde el juicio o el miedo, es fácil que pongamos el foco solo en lo que hacen y no en lo que sienten.
Pero la realidad es que, muchas veces, esa conducta que nos descoloca es una forma de pedir ayuda. Un grito de auxilio que no saben poner en palabras, pero que necesita ser escuchado. Y si no aprendemos a leer esas señales, si solo vemos la superficie, lo que ocurrirá es que esas señales se amplifiquen: más rabia, más distancia, más dolor.
El primer paso para acompañar mejor a nuestros/as adolescentes no es tener respuestas perfectas, sino entender cómo funciona su cerebro en esta etapa. Cuando sabemos qué podemos esperar —y qué no— de ellos, es más fácil establecer límites con sentido, comunicar sin dañar y crear un vínculo que sostenga, incluso en los momentos difíciles.
El cerebro del adolescente cambia y de formas fascinantes.
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El córtex prefrontal es la zona encargada de tomar decisiones, planificar hacia el futuro, controlar los impulsos y leer señales sociales. Pero en la adolescencia, este sistema está aún en desarrollo, como si estuviera en obras. Esto explica por qué pueden tener conductas impulsivas, saltar de una emoción a otra o interpretar mal las intenciones de los demás.
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Al mismo tiempo, el cerebro entra en un proceso de 'limpieza': todo lo que no se usa, se pierde. Esta poda sináptica elimina las conexiones neuronales que no se refuerzan con el uso. Por eso es tan importante qué experiencias viven, qué habilidades entrenan, y cómo gestionan sus emociones: el cerebro se está esculpiendo, y lo que no se practica, desaparece.
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La amígdala, la parte del cerebro que responde al miedo, la amenaza o la euforia, está hiperactivada en esta etapa. Esto hace que respondan muy rápido emocionalmente, a veces de forma desproporcionada. Además, les cuesta mucho más que a los adultos —incluso que a los niños— poner en palabras lo que sienten. Les arrolla la emoción antes de que puedan entenderla.
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Como el córtex prefrontal está aún desarrollándose, les cuesta interpretar las señales sociales, captar lo que los demás sienten o necesitan. No es que no les importe, es que muchas veces no se enteran, o lo hacen demasiado tarde. Esta falta de conciencia social puede generar malentendidos, pero es parte del proceso madurativo.
Significa que tu hijo o hija no es un adulto finalizado al 100%, es un proyecto de ser adulto. Es un cerebro en construcción. Y desde ahí, muchas conductas que te desconciertan tienen sentido:
No es desobediente, está aprendiendo a decidir.
No es frío, está aprendiendo a regularse emocionalmente.
No es indiferente, está aprendiendo a entender y saber leer a los demás.
Por eso, más allá del qué hace, intenta preguntarte qué le pasa. ¿Qué emoción hay debajo?,¿Qué habilidad está todavía desarrollando?, y lo más importante el ¿Para qué de esa conducta?
¿Y qué puedes hacer tú?
No respondas solo a la conducta, responde a la necesidad.
Ajusta tus expectativas: no le pidas que actúe como tú actuarías.
Sé guía, no juez. Mantén los límites, pero sin desprecio ni ironía.
Ofrece espacio, pero no te alejes. Aunque no lo digan, te necesitan cerca.
Valida sus emociones: incluso cuando no las entiendas, escúchalas.
La adolescencia no tiene por qué ser un campo de batalla. Puede ser una oportunidad maravillosa de construir un vínculo más fuerte, más auténtico, más respetuoso. Pero para eso, necesitamos dejar de mirar solo el comportamiento y empezar a comprender el cerebro y el mundo emocional de quienes están creciendo frente a nosotros/as.
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