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José L. González
Viernes, 2 de mayo 2025, 22:10
En junio de 2008 el Sporting de Gijón vivió uno de los partidos más locos que se recuerdan en los últimos años. Llegaba el conjunto rojiblanco a Castalia segundo en la clasificación, con el Málaga a un punto y la Real Sociedad a dos. Una victoria suponía devolver al equipo de Manolo Preciado a Primera después de una década de travesía en la categoría de plata. Pero todo se torció. «Fuimos con toda la ilusión por lograr el ascenso, dependiendo de nosotros. Nos metieron el 1-0 y fue un querer y no poder», recuerda Kike Mateo, uno de los futbolistas que vivió sobre el césped el encuentro contra el Castellón, rival del Sporting de Gijón el lunes en su lucha, esta vez, por la permanencia.
El encuentro acabó con derrota, pero con un estallido de alegría que llevó a buena parte de los 4.000 aficionados rojiblancos desplazados a Castellón a invadir el campo. En el tiempo de prolongación, el Alavés, que se jugaba el descenso, fue capaz de remontar el partido ante la Real Sociedad en Mendizorroza, dejando de nuevo en manos del Sporting de Gijón el poder conseguir el ascenso en la última jornada, en casa, ante el Eibar. «Fue un partido muy intenso, un cúmulo de emociones. Ibas perdiendo, la Real ganando y tenías casi todo perdido. Luego te enteras por la afición de que ganó el Alavés y estalla la alegría. Parecía que habíamos ascendido», explica Roberto Canella.
El lateral lavianés sintió muy de cerca el aliento del público. En una de las mitades del partido los tenía justo a su lado y destaca la que es una seña de identidad de una afición que nunca se rinde. «A pesar del resultado de la Real Sociedad, seguían animando. Nunca decayeron. Yo creo que hasta mandaron fuerza a Vitoria».
De la afición se acuerda también Kike Mateo. «Algunos fueron con nosotros en el avión. Nos habían acompañado mucho en toda la segunda vuelta y allí no era fácil volar, pero hicieron un esfuerzo brutal. A pesar de todo, no conseguimos brindarles aquel día el ascenso».
Sobre el césped las cosas no salieron como se esperaba. El fútbol del Sporting de Gijón no era el de las últimas jornadas y el Castellón, que no se jugaba nada más allá del honor y la profesionalidad, fue superior. «Nos pudo la situación», confiesa Kike Mateo.
En el banquillo, los nervios eran aún mayores. Lo recuerda bien Gerardo Ruiz, preparador físico del equipo, quien vio al equipo «atenazado de piernas y de cabeza». Y eso que «cuando los jugadores empiezan a sudar, limpian un poco la cabeza. Pero estar en el banquillo es para que te dé un infarto».
La historia tuvo un final feliz, muy feliz. La derrota de la Real Sociedad dejaba al Sporting de Gijón con todo a favor para certificar en El Molinón el ascenso venciendo al Eibar, un logro que se consiguió en la última jornada después de vivir escenas de película en Castellón: jugadores cabizbajos arropados por la afición, lágrimas y una explosión de alegría cuando el árbitro pitó el final en Medizorroza. «A la vuelta veníamos muy contentos, pero no podíamos dejar de pensar que la oportunidad que teníamos no se podía escapar. Dio fuerza para preparar el partido contra el Eibar, fue una euforia contenida», explica Roberto Fernández, quien desde la portería no dejó de recibir información, a veces errónea, de lo que pasaba en el campo de los rivales por el ascenso. «Fue un partido que iba cambiando por minutos».
El lunes el Sporting de Gijón tendrá la oportunidad de dejar prácticamente sellada la permanencia si consigue una victoria. Con siete puntos de ventaja sobre el Eldense más el golaveraje, lograr un triunfo supondría poner una distancia casi insalvable para los alicantinos. Acudirán los rojiblancos con el recuerdo de lo que se vivió aquel 8 de junio de 2008 y la esperanza de que situaciones así se puedan repetir la próxima temporada. Por ahora, solo queda seguir intentando acercarse a la posibilidad de conseguir un ascenso, un recuerdo imborrable para todos aquellos que lo han vivido con la camiseta del Sporting. «Tengo un gran recuerdo de ese día, de cómo pasamos de la tristeza a la euforia. Pero sobre todo por la afición, que es la que convierte en un club diferente al Sporting», apunta Roberto Fernández.
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