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Un pavoroso incendio en una vivienda en ruinas de Bilbao destroza a una familia avilesina

Rocío Jiménez, una joven de 20 años criada en Avilés, y su marido, también con familia en la ciudad, murieron abrasados junto a sus hijos, de 3 y 2 años

A. de las heras / o. suárez

Domingo, 28 de mayo 2017, 08:21

En el barrio avilesino de La Luz, el trágico fallecimiento de toda una familia en un incendio en Bilbao ha provocado una profunda consternación. Joaquín Giménez Pinto y Rocío Jiménez Jiménez, de 23 y 20 años, y sus hijos, César y Jenny, de 2 y 3 años, murieron ayer al arder la degradada y centenaria casa de madera en la que vivían, en la zona de La Landa. La joven había nacido en Zaragoza, pero a muy temprana edad se trasladó a Avilés con sus familiares, dedicados a la venta ambulante y a la recogida de chatarra. Estudió en el colegio público de Valliniello hasta que con 16 años se casó con Joaquín Giménez Pinto, que ya residía en Bilbao, pero de padre también avilesino, César Antonio Giménez, que junto a su mujer salvó la vida, pero resultó herido muy grave en el incendio con quemaduras de segundo grado en su cuerpo. En La Luz viven aún los padres de Rocío y varios de sus nueve hermanos. La familia se desplazó al País Vasco ayer por la mañana nada más conocer la trágica noticia que ha dejado conmocionado no solo a sus muchos primos y amigos que viven en la región, sino también a toda la comunidad gitana de Asturias, donde la noticia ha caído como un mazazo por la fatalidad y por la juventud del matrimonio y de sus dos pequeños hijos.

Rocío había conocido a Joaquín a través de unos parientes cuando tenía 15 años. Se casaron muy jóvenes y ella se fue a vivir con él.Convivía con los padres de él y se dedicaba al cuidado de los niños y de sus suegros. Ayer, cuando los bomberos consiguieron sofocar las llamas y acceder a la buhardilla localizaron los cuerpos sin vida de los cuatro. Rocío estaba «junto a los niños, en posición de protección». Su marido se encontraba en otra estancia. La última planta del edificio fue la más afectada por el devastador fuego que devoró en cuestión de minutos las tres plantas, de estructura de madera y en condiciones ruinosas, según lamentaban desde la asociación de vecinos de la zona. El tío del fallecido, Alejandro Giménez, se desesperaba por las condiciones «infrahumanas» en las que vivían después de tratar por todos los medios de «conseguir una casa mejor y más digna ahora que tenían nietinos: no un palomar como en el que estaban ocho personas con bajos recursos».

Los cadáveres de los cuatro fallecidos fueron trasladados al anatómico forense para realizarles las autopsias. Serán los estudios de los médicos forenses los que determinen las causas de la muerte, ya que el fuego hizo que parte de la estructura de la buhardilla se derrumbase, por lo que hasta el momento se desconoce si perecieron como consecuencia de la inhalación de humo o por aplastamiento. Los padres de Rocío, acompañados de tíos y primos, se encuentran arropados en Bilbao por la familia política de su hija y por otros allegados que han hecho piña en torno a ellos.

"Nos hemos tirado por la ventana. Mi marido cogió a los niños y luego me he lanzado yo"

«Me he despertado por el humo, serían las seis de la mañana. Ha empezado a arder el portal y, como no podíamos salir por ahí, nos hemos tenido que tirar por la ventana», contaba desolada Encarna, una de las supervivientes. «Mi marido ha cogido a los niños y luego me he lanzado yo». Los críos a los que se refiere, de 5 y 8 años, son sus nietos, que sonreían desde el coche patrulla de la Policía Municipal de Bilbao en el que las asistentas sociales les habían resguardado. «Hemos salido medio desnudos y descalzos, nos han tenido que dejar ropa», explicaba con la mirada perdida la mujer. Como su esposo, llevaba puestos en los pies sólo unos calcetines. Ambos estaban siendo atendidos por una psicóloga.

La primera patrulla en acudir al lugar la formaban dos veteranos ertzainas de la comisaría de Bilbao. «Estábamos a la altura del hospital de Basurto cuando ha saltado el aviso. La primera dirección que nos han dado no era correcta, pero, al divisar la columna de humo, nos hemos dirigido hacia aquí», explicaba uno de ellos, señalando al número 7 de la calle Barínaga. La escena que encontraron era desoladora. «Intentamos entrar, pero la planta de abajo estaba impracticable. Meterte en humo negro es morir», decía el experimentado patrullero. Su compañero trepó hasta el primer piso y consiguió romper una ventana, pero una bocanada de humo le frenó. Los policías optaron por buscar otra vía de acceso por la parte trasera. Allí «estaban todos caídos», revive el ertzaina. Había gente con la piel hecha «jirones» debido a las quemaduras, con las piernas y brazos rotos y otros traumatismos y magulladuras fruto de la caída tras arrojarse al vacío huyendo de una muerte segura.

En la zona del antiguo matadero, junto a La Landa se ubica una base de ambulancias de las que realizan los traslados intrahospitalarios de enfermos. A las seis de la mañana acababan de hacer el relevo y algunos de los sanitarios se encontraron de lleno con el drama y corrieron a ayudar. Ya era tarde para la pareja y sus dos pequeños, que perecieron en la reducida buhardilla, atrapados por el fuego.

El milagro de 'El Lolo', un niño de 11 años que logró sobrevivir

El cadáver de la mujer fue encontrado junto a los de los niños. «Estaba como protegiéndoles», indicaron fuentes de la investigación. El hombre fue localizado en otra estancia, cerca de las escaleras. Los cuatro perecieron carbonizados, según los primeros indicios recabados en el lugar durante el levantamiento. El cuerpo del hombre mantenía algunos rasgos reconocibles, pero la identidad de la mujer y los dos críos tendrá que ser ratificada mediante pruebas de ADN.

Entre tanta tragedia, también se produjo un milagro. El Lolo, un niño de unos once años, escapó del fuego refugiándose en algún rincón de la buhardilla y fue rescatado por los Bomberos mediante la escala. «Olía a quemado», describían algunos testigos. Su piel ennegrecida por el humo mientras los sanitarios le evacuaban en una camilla evidenciaba el infierno por el que había pasado. Según el responsable de Protección Civil del Ayuntamiento de Bilbao, Andoni Oleagordia, la primera llamada de alerta se recibió a las 06.34 horas. Los Bomberos tardaron sólo «ocho minutos» en llegar, a las 06.42, afirmó, en respuesta a algunas críticas de los afectados por la «tardanza» de los miembros del servicio de extinción.

Los padres y abuelos paternos de las cuatro víctimas mortales, el también avilesino César Giménez y Antonia Pinto, que al parecer vivían también en el altillo, de unos 40 metros cuadrados, escaparon de las llamas tirándose a la calle por la ventana. Ambos quedaron ingresados en estado crítico en la Unidad de Grandes Quemados del hospital de Cruces. El varón, con «quemaduras en el 50% del cuerpo y lesiones por precipitación desde altura». Su mujer, «inestable e intubada», según el parte médico facilitado por el centro ayer por la tarde.

Finalmente, nueve personas, entre ellas dos niños de unos diez años, otros dos adolescentes de 13 y 14 y dos mujeres de 22 y 34, además de los abuelos que se arrojaron a la calle desde la altura, quedaron ingresadas en los hospitales de Cruces, Basurto y San Eloy, según la información facilitada por el Ayuntamiento. Otros doce vecinos fueron atendidos en el lugar. Presentaban cuadros de intoxicación por humo, pero no fue necesaria su evacuación a un centro médico.

Residentes en los bloques de al lado se lanzaron a la calle al descubrir la tragedia desde sus ventanas. «Saber que se está quemando un matrimonio y sus hijos y no poder hacer nada... te entra una impotencia...», lamentaba Elena, que vestía aún pijama y zapatillas de casa a las once de la mañana. «Son conocidos de toda la vida del barrio, como familia», se dolía. Los Bomberos dieron por controlado el incendio sobre las ocho y cuarto de la mañana, aunque permanecieron refrigerando con chorros de agua la estructura y los escombros para evitar que el fuego se reavivara.

El alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, que siguió las labores de extinción in situ, explicó que el edificio incendiado se encontraba bajo «situación de colapso y riesgo de derrumbe», por lo que ni el equipo de tres forenses del Instituto Vasco de Medicina Legal ni el juez de guardia pudieron acceder al interior. Para recuperar los cadáveres y que los expertos en patología pudieran trabajar con discreción, se instaló un hospital de campaña.

Los supervivientes que no precisaron atención hospitalaria fueron acogidos en viviendas por sus familiares, así que tampoco fue necesario su realojo por parte del Consistorio. No obstante, los servicios asistenciales municipales están a disposición de los heridos una vez que se recuperen de sus lesiones.

Cuando todavía no se habían sofocado los últimos rescoldos y el tejado de la casa aún humeaba comenzaron a sonar ya las voces que, desde la Asociación de Vecinos de Zorroza, recordaban que La Landa representa desde hace décadas un grave problema social y de regeneración urbanística.

«El Ayuntamiento está trabajando en esta zona. Para derribar una vivienda tiene que estar declarada en ruina», argumentó Aburto, antes de recordar que el pasado mes de diciembre se tiró abajo el bloque contiguo, operación que el Ayuntamiento aprovechó para «apuntalar» la casa incendiada y renovar la instalación eléctrica.

En marzo, seis familias de La Landa permanecieron una semana sin luz al descubrirse un enganche ilegal y advertir Iberdrola que la instalación, que fue después renovada, no se encontraba en condiciones y entrañaba peligro. Ya entonces, la organización vecinal advirtió de que, a la vista de que el proyecto de Punta Zorroza para regenerar la zona se encontraba «metido en un cajón» y sin fecha concreta, «no se dan las condiciones para que ahí viva nadie». Reclamaban «una solución humana, porque son personas».

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