«Los menores acogidos en Gijón huyen de la guerra, como los de Ucrania»
Accem cuenta el día a día de los nueve menores malienses y el guineano llegados a Asturias como refugiados
Nuadibú y Nuakchot suelen ser sus metas. Son dos ciudades costeras de Mauritania que se han convertido en vías de escape para los malienses que quieren llegar a España en busca ya no de una vida mejor, sino, simplemente, de una vida. Aunque lo hagan a bordo de una barca tan destartalada que no llega a sinónimo de embarcación.
También hay salidas por El Aaiún o por Sidi Ifni, en Marruecos, pero eso supone caminar más, mucho más. Si llegar desde cualquier punto de Mali a la costa mauritana supone hacer una ruta de más de 1.900 kilómetros, hacerlo a la marroquí eleva la distancia a casi 2.800 kilómetros. Una simple mirada al mapa de África ya evidencia no solo las distancias, sino los países que, en ocasiones, hay que atravesar hasta ver mar.
Unas distancias que se tornan más duras cuando se realizan a pie. Y solos. Sin ningún familiar adulto que les acompañe y proteja. Porque los menores, de edades de entre los 14 y los 17, aunque los hay aún más jóvenes, que huyen de Mali, como de Guinea o Senegal, «lo hacen a pie. Tardan meses, incluso años, en poder acceder a una embarcación que les traslade a España. Van haciendo pequeños trabajos o servicios por el camino, hasta que logran el dinero suficiente para llegar a la costa y para pagar el viaje». Una ruta por países con los que solo comparten continente: ni idioma ni religión ni economía.
Es decir, como si un adolescente madrileño caminara a pie hasta, por ejemplo, Borkum, en la costa alemana. Tendría que hacer una ruta de casi 2.000 kilómetros atravesando países con los que, como los de Mali o Guinea, solo comparte continente. Ni idioma ni religión ni economía.
La ruta a pie y en solitario por los niños de Mali es como si un niño madrileño caminara hasta la costa alemana
Los entrecomillados corresponden a Judith García, Coordinadora de Jurídico de Accem, la entidad solidaria que se encarga de la atención en España a personas refugiadas. Es decir, a quien, tenga la edad que tenga, ha huido de su país para pedir asilo y evitar ser asesinado.
Y eso es lo que les pasa a los diez menores, nueve malienses y un guineano, que Asturias acoge desde el pasado 12 de agosto. Fueron ellos los primeros de los casi 1.200 menores extranjeros no acompañados que han solicitado asilo en España y que, de momento, permanecen hacinados en Canarias.
«Estamos hablando de menores que han llegado a España sin sus familias, porque tuvieron que huir de su país para evitar ser asesinados o ser convertidos en soldados a la fuerza o, como ocurre en Senegal, ser esclavizados».
En su mayoría «son niños, porque las niñas, que también las hay, sufren más peligros en el camino, como son posibles agresiones sexuales». Al igual que su condición de mujer marca peligros extra en la ruta de huida, también tiene diferencias en el motivo. «Evitar ser casadas contra su voluntad o sufrir mutilación genital».
«Están felices en Asturias»
Ninguna niña hay entre los diez refugiados en Gijón. «Son todos niños adolescentes que lo han pasado muy mal». La mayoría desconoce «qué ha sido de su familia», puesto que Mali vive en una situación de guerra permanente. «Los menores acogidos en Gijón huyen de la guerra, como los de Ucrania», señala García.
Una apreciación necesaria para evidenciar el doble rasero que algunos colectivos muestran a la hora de ayudar a los menores en problemas. Manos abiertas para los llegados de Ucrania. Críticas para los procedentes de África.
«Hay un problema de racismo y de xenofobia», confirma la Coordinadora de Jurídico de Accem, quien señala que «los menores llegados a Asturias saben todo lo que se dice de ellos. En las redes sociales lo ven todo», en referencia a las críticas vertidas por Vox contra su llegada y la aparición de un cartel con contenido racista. «Ven lo malo, pero también ven lo bueno», precisa García.
Porque ellos, asegura, «están felices en Asturias». A todo lo que les sucedió mientras huían de su país caminando por África, se suma los meses que han estado a la espera en Canarias, una comunidad desbordada. «Ahora comparten una vivienda, pero están tranquilos. Ya sabían que venían a Asturias y se informaron sobre la región», una en la que tendrán menos sol que en sus países de origen.
«En estos momentos se está analizando su situación, para ver en qué curso se matriculan» o que formación laboral realizan». Porque, lo que sí tiene claro Judith García, es que «no es cierto que tengan más ayudas o privilegios que los menores españoles a los que tiene que tutelar la Administración. Tienen exactamente lo mismo». Es decir, «un programa personalizado para ayudarles a preparar su vida adulta, a darles las herramientas que necesiten para ello». Y, como al resto de menores tutelados, «la mayoría de edad no supone un fin de la protección, se les ayuda a independizarse».
«Ninguno tiene antecedentes policiales»
La pregunta le sorprende. «¿Antecedentes policiales? Ninguno los tiene, son menores que han solicitado asilo en España porque su vida corría peligro en su país de origen», insiste Judith García. La Coordinadora de Jurídico de Accem quiere enviar un mensaje de tranquilidad tanto para los menores asilados en Gijón, los diez primeros de los 1.200 que siguen en Canarias esperando ser atendidos en otras comunidades autónomas, como para la sociedad. «Son niños, que han huido de sus países, que muchos no saben nada de sus familias, quizá no las tengan ya, y solo buscan sobrevivir».
Además de recordar las bajísimas tasas de delincuencia que suelen afectar a la población menor extranjera en España, García aclara que «lo que ellos quieren es tener un trabajo con el que poder mantenerse a sí mismos y ayudar, en el caso de que la tengan, a sus familias».