Santiago Sánchez | Dramaturgo y director teatral

«El buen arte debe ser purificador, sanador, revolucionario y debe mover»

–Menuda pregunta plantean.

–Pues sí, sobre todo porque no tiene respuesta. Lo bonito es dejarlo abierto. La obra mueve muchas preguntas y creo que cada uno va a dejar sus respuestas. Hablamos del sentido de nuestras vidas, del arte, de por qué hacemos lo que hacemos. Nos pone en el espejo para que al público, viéndose reflejado, le muevan cosas dentro.

–¿Usted ha visto alguna luz personal?

–La obra acaba dando una respuesta personal de por qué yo hoy, después de cuarenta años arriba de un escenario, me lanzo a hacer un espectáculo así. Y tiene que ver con una postura personal casi reivindicativa del sentido que tiene el teatro frente a esta inundación de imágenes de plataformas, de entretenimiento, cuando el buen arte ha de ser purificador, sanador y revolucionario. Debe mover. Un filósofo alemán, Hartmut Rosa, dice que este mundo se está convirtiendo en algo un poco mudo, que no nos dice nada, y que nuestra obligación es encontrar las cosas que nos resuenan. Creo que en ese sentido una de las respuestas de '¿De dónde venimos?' es que haga resonar distintas evocaciones, sugerencias en cada una de las personas, porque afortunadamente cada uno de nosotros somos muy diferentes.

–¿Cómo se les ocurre meterse en este lío?

–Esta obra es un regalo de cuarenta años encima de un escenario. Hace dos años le propuse a un maestro, a un auténtico griot africano como es Hassane Kouyaté, hacerlo. El teatro me ha dado a mí el regalo de viajar por toda África, también a la selva amazónica donde conocí a un pintor que pintaba un cuadro titulado '¿De dónde venimos?' y lo que buscamos es devolverle ese regalo al público. Ese periplo que nosotros hemos hecho lo hemos concentrado en la hora y veinte que dura el espectáculo para hacer viajar al público través de culturas y de sabidurías populares muy diferentes, que también son las nuestras, porque ahí también están Cervantes o Lorca.

–¿Cómo se puede resumir todo eso en tan poco tiempo? ¿Cómo ha sido el proceso creativo para llegar a esa síntesis?

–Ha sido apasionante. Al principio tuvimos la tentación de hablar de cosas que hemos vivido en el mundo del teatro, pero muchas veces las gente del teatro pecamos de hablar mucho de nosotros mismos y, poco a poco, a través de las metáforas de esas experiencias, encontrábamos que estábamos hablando del tiempo, de los sueños, de los sueños perdidos, de los deseos... Es fácil resumirlo porque a veces en una palabra consigues que algo resuene. Ese satori de los japoneses, una palabra, una frase en el momento justo, te provoca ese instante de claridad. Es también un espectáculo que habla de la esperanza. Yo a veces veo al mundo desesperanzado. Lorca dice que el más terrible de todos los sentimientos es tener la esperanza muerta y esta obra habla de qué podemos hacer para levantarnos con energía para afrontar cada uno lo suyo con sentido.

–Da la sensación de que la gente va a salir del teatro y se va a tener que ir a tomar una caña con muchas cosas de las que hablar.

–Seguro que se van a tomar una caña y pueden hablar y hasta callar, que a veces es lo más importante.

–Hemos hablado de lo creativo, pero está la parte actoral, y está solo en el escenario.

–No estoy solo, porque estoy con Víctor Lucas, que hace la música en vivo. Solemos decir que el hecho de que un actor, un músico y la vida se suban a un escenario puede hacer un buen trío. No es un monólogo, es un trío promiscuo con las ideas. Yo empecé con Boadella haciendo a Dario Fo y luego las circunstancias me llevaron más hacia la dirección, pero siempre he tenido un gran respeto por el trabajo de los actores. De hecho, he trabajado con grandes actores de Asturias, como Sandro Cordero, Xuaco Carballido y Sergio Gayol. Siempre digo que lo fundamental en el teatro es el texto y las personas que lo defienden, de modo que es una responsabilidad ir ahí y poner lo mejor de toda esta experiencia de una vida de teatro.

–Aunque lleve 40 años en el escenario, seguro que las mariposas están ahí el día del estreno.

–Están ya desde hace mucho tiempo. Afortunadamente, llegamos con mucha tranquilidad, porque ha sido un trabajo de dos años, en Francia, en Burkina, en España, y todo eso iba destilando la obra, pero claro que las mariposas están. Hemos trabajado en residencias, en escuelas de teatro y era bonito que algunos alumnos nos decían que no sabían que esto se podía hacer en un escenario. Hoy está todo muy codificado y esta libertad, este trabajo con disciplinas diferentes, es muy singular.

–Explíquese, ¿por qué es tan sorprendente?

–Quizá porque es muy primigenio, va a la síntesis. Ahora todo se etiqueta rápido: monólogo, comedia... Aquí hay momentos muy divertidos, otros que te salta la lágrima, otros en los que hacemos cosas aparentemente no teatrales pero que toman una dimensión teatral. Es difícil resumirlo. Hay que verlo, disfrutarlo, vivirlo. Tiene algo de experiencia acudir al teatro, porque suceden cosas que no pasan habitualmente en el teatro y otras que son puro teatro.

–¿A dónde nos lleva la música?

–La ambientación sonora es constante durante toda la obra, hay composiciones propias de Víctor Lucas e incluso hemos musicado el poema 'Vida' de Pepe Hierro y hay referencias que van de Serrat a Chaikovski pasando por músicas tribales africanas.