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Las ingenierías asturianas viven en una paradoja: son un sector con gran demanda y, a la vez, están ahogadas por la falta de financiación ... . En realidad, hay que dividirlas en distintos grupos: las que solo diseñan o, a lo sumo, se encargan de la producción de equipamientos concretos y, en este caso, gozan de relativa buena salud. Por otro, aquellas que llevan a cabo proyectos llave en mano, las que se conocen como 'epecistas' o EPC ('Engineering, Procurement and Construction', ingeniería, adquisiciones y construcción, en sus siglas en inglés). Son estas últimas las que atraviesan serias dificultades, también las más conocidas y las que más empleos generan, unos 5.000.
Entre sus nombres sobresale la histórica Duro Felguera, que lleva una década luchando por sobrevivir, pero también TSK, que busca un inversor que le permita seguir creciendo y asumir su gran cartera de proyectos, o Imasa, que además de intentar incorporar un socio, está negociando la reestructuración de su deuda. A ellas, entre las grandes, se suma Isastur, que si bien no ha anunciado ningún paso significativo, también recibió el apoyo de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) por la pandemia a través del Fondo de Apoyo a la Solvencia de Empresas Estratégicas (Fasee). En su caso con 40 millones de euros, mientras que para Imasa fueron 35 y para Duro, 120.
En general son compañías especializadas en el montaje, mantenimiento y gestión de proyectos para plantas industriales y de generación de energía, cuya demanda en la actualidad es grande. Sin embargo, se trata de obras que requieren gran inversión, en las que pueden surgir muchos problemas y que la banca considera ahora un riesgo. De ahí que haya cerrado el grifo a su financiación y esta es imprescindible.
Frente a otro tipo de negocios, en este hacen falta dos facilidades financieras para abordar los contratos. Por un lado, se requieren los avales de fiel cumplimiento de los proyectos que las compañías entregan al cliente para garantizar su buena ejecución. Estos suelen rondar el 15% del importe del contrato y, si todo transcurre según lo firmado, se devuelven al final del periodo de garantía. Por otro, son necesarias líneas de circulante para financiar la propia ejecución de los proyectos. De ahí que las ingenierías asturianas incluso estén rechazando obras al no poder contar con financiación.
El asturiano Guillermo Antuña, doctor en Historia Económica por la Universidad de Barcelona y titular laboral en Euncet Business School, de la Universitat Politécnica de Catalunya, ha centrado sus investigaciones en el sector metalmecánico asturiano. Colaborador habitual de la Universidad de Oviedo, recuerda que estas compañías nacieron al calor de la antigua Ensidesa y de todo el entramado ligado al Instituto Nacional de Industria (INI), bien por una relación directa o gracias a favorecerse de su estructura de conocimiento. Más allá de la centenaria Duro Felguera, que se ha reinventado en diversas ocasiones, surgieron principalmente entre los 60 y los 80 y otras ya en los 90, durante las reconversiones. «Su gran hito es que consiguieron tomar el relevo de la industria en la región con la caída de la tradicional», señala.
En cuanto pudieron aprovecharon la oportunidad de externalizarse, gracias también a la adhesión de España al Mercado Común y a que «pertenecían a un ecosistema complejo, especializadas en actividades de alto valor añadido». Rápidamente supieron transitar hacia un modelo de negocio que no pasaba por tener productos propios, sino que el grueso de su actividad se circunscribía a los proyectos llave en mano. «Ya no solo son Duro o TSK, son Imasa, Idesa, Asturfeito, Zitrón...», enumera Antuña, sobre el sector metalmecánico regional, que logró lo que parecía impensable, dar «el sorpasso», liderar la industria regional y emplear a más personas que la siderurgia, la minería o el naval.
Así, Imasa e Isastur se constituyeron de forma modesta en los 70, primero centradas en el mercado nacional, pero pronto en el internacional. En 1986, llegaría TSK, al fusionar los departamentos eléctricos del Grupo Erpo, mientras que la historia de Duro Felguera se remonta a 1.858, entonces especializada en la producción siderúrgica y en la extracción de carbón. Sin embargo, fue a partir de finales de los 60-70 cuando incrementó su actividad en bienes de equipo y dio el gran salto como 'epecista' en el inicio del siglo, de la mano de Juan Gonzalo Álvarez Arrojo.
El despegue internacional, sobre todo a partir de los noventa, las llevó a tiempos de gloria, con presencia en todos los continentes y enormes grupos de trabajadores expatriados. De hecho, uno de los problemas que se encuentran en los últimos años es la falta de personal que quiera aceptar pasar tanto tiempo fuera de casa. «Con la integración de los mercados mundiales, la competencia se incrementó muchísimo y vivieron un proceso de selección natural. Ellas ya nacieron especializadas y con actividades de alto valor añadido», explica Antuña, que aclara que esa vocación internacional les permite aprovechar oportunidades, pero también las expone a todos los grandes shocks. Por ello, la pandemia supuso un punto de inflexión en su trayectoria, con problemas en los contratos y grandes dificultades de liquidez y financiación que continúan en la actualidad.
Sacando a Duro Felguera de la ecuación, con una crisis larvada previamente, los problemas en el corto plazo de TSK o Imasa contrastan con el futuro que pueden tener, con carteras de proyectos muy sólidas. «Esta es una crisis matizable», considera Antuña, porque «ni su actividad está comprometida ni el negocio está obsoleto, es un problema de liquidez». De ahí que vea «fundamentales políticas que apoyen el crecimiento empresarial, facilidades para renegociar la deuda y planes específicos de financiación».
Además, reclama abrir el foco sobre qué implica la búsqueda de ese capital extranjero, «una vía que abrió Windar con la salida de Daniel Alonso y la compra por parte de un grupo británico para seguir creciendo». Se puede entender que hay una motivación del capital externo por fagocitar un sector en declive y comprar barato, «que ni mucho menos», aclara, o que ese sector metalmecánico y de las ingenierías resulta atractivo. «No tiene por qué ser malo, sino un signo de fortaleza, un punto de madurez. Ya no solo somos capaces de exportar, sino que atraemos capital».
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