Maestras beneméritas
En el Ayuntamiento se celebró un cálido homenaje a cinco profesoras jubiladas de la ciudad... en el que solo hablaron hombres
Ellas eran cinco: beneméritas, experimentadas y ahora, por fin, jubiladas. Ellos, tres: el teniente de alcalde, Jesús Fernández Puente; el presidente de la Comisión de ... Cultura, Julio Paquet, y Julián Juez, inspector jefe de Enseñanza. Las primeras, las homenajeadas; los últimos, las únicas personas que hablaron, según cuenta EL COMERCIO de hace hoy medio siglo, en aquel acto que se celebró a las doce de la mañana, en el salón de recepciones del Ayuntamiento. El primero en intervenir fue Julio Paquet, «que hizo un breve estudio de nuestras escuelas y mencionó la preocupación constante del Ayuntamiento en este sentido, hasta el punto que en Madrid denominan a esta inquietud gijonesa 'Operación Gijón'. Se refirió al Colegio Universitario y justificó el tema porque precisamente de las escuelas salía la 'clientela' para las Universidades, a las que accedía un porcentaje de alumnos muy superior al de hace veinte años».
Y eso sería, al menos en parte, gracias a la labor de mujeres como las que ahora homenajeaba el Ayuntamiento gijonés, a quienes agradeció «por su benemérita labor de enseñanza» Paquet, deseando, asimismo, «que disfrutasen largos años de merecido descanso». Pasó a hablar, entonces, Julián Jáez. El inspector jefe de Enseñanza «inició su intervención con unas cariñosas palabras dedicadas a las cinco maestras jubiladas», solo antes de trazar «una magistral semblanza de San José de Calasanz, y tomando como vértice la figura universal del santo hizo un recorrido histórico universal y español sobre las vicisitudes de la Enseñanza».
Fue la de Juez, según EL COMERCIO, «una bella y real lección histórica que fue premiada con el aplauso de todos los presentes», entre los cuales se encontraban -por si acaso se hubiera olvidado la mayor- también las homenajeadas. Ellas fueron obsequiadas con medallas, diplomas, cuatro mil pesetas y bandejitas de plata grabadas así como una escueta referencia, al final de la crónica -y del acto-, a sus hasta entonces misteriosas identidades. Se llamaban Enedina Uría Cidión, María Luisa Martínez Mendieta, María Luz Álvarez Rodríguez, Mercedes Gómez Fernández y Marina Villa García. Conste por escrito.
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