Una necesidad para el barrio
La Asociación de Cabezas de Familia de La Calzada reclamaba recuperar el Ateneo Obrero en el mismo local donde nació
Era perentorio solucionar el problema: desde hacía ya algunos años, el barrio de La Calzada no tenía centro alguno donde poder desarrollar actividades socioculturales. Ahora, ... la Asociación de Cabezas de Familia ponía el ojo en el antiguo edificio del Ateneo Obrero de La Calzada. Su posible recuperación era «cosa que se ve con muy buenos ojos por el ambiente general de los que más o menos están ligados con el antiguo Ateneo, y principalmente aquellos que en sus años jóvenes dedicaron al mismo sus esfuerzos y entusiasmo, sacrificándose para hacerlo realidad, muchos de los cuales hoy se encuentran figurando como socios del club de jubilados que regenta la Asociación de Cabezas de Familia».
Había surgido después de la posguerra, «hace unos 30 años», según dijimos hace ya otros 50. Por entonces había echado a andar la Escuela Católico Obrera, que «estableció unas clases teóricas complementarias para la formación profesional y de formación primaria, todo ello con carácter gratuito, lo cual es altamente beneficioso para cientos de chicos y jóvenes trabajadores que en clases nocturnas acudían a la misma». Con rondalla y cuadro artístico, la Escuela pasó pronto a compartir espacio con un ambigú efímero, instalado en los bajos del centro, quedándose las clases para los locales de parte superior.
El Club Calzada pronto se instalaría en los bajos con gran actividad. Estableció «juegos para chicos y jóvenes, se organizaron conferencias, veladas teatrales» y una gran actividad cultural en la cual destacaba, sobre todo, la biblioteca que incorporaba, a su vez, «los volúmenes de la del Ateneo». Aquello fueron los viejos tiempos. Ahora, con los locales del Club Calzada reconvertidos en los de la Asociación de Cabezas de Familia y los bajos pasando a ser Hogar del Jubilado, el barrio adolecía de un local que volviera a albergar una obra similar a aquella que se iniciara décadas atrás, dejando una huella imborrable en el barrio. Los jubilados, también participantes de la noble empresa en tiempos pretéritos, no lo veían mal. Pronto el Ateneo Obrero volvería a ser una realidad.
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