Trump y su gobierno de la venganza
Críticos, adversarios políticos y excolaboradores desleales experimentan estos días la prometida revancha de Donald Trump
La venganza es un plato que se sirve frío. Donald Trump la rumió sentado en el banquillo cada día que sus enemigos políticos le hicieron ... pasar en un juzgado. Al menos así los veía él. Convencido de que le habían robado las elecciones, nunca sintió que le había llegado la hora de rendir cuentas a la Justicia. Todo era «una caza de brujas». Y con el rencor de sentirse perseguido por la oposición y traicionado por sus propios colaboradores, vio en su segundo mandato la oportunidad de vengarse y rodearse de leales.
«Soy vuestro desquite», solía decir en los mítines a sus seguidores. Autoconvertido en mártir colectivo de una persecución política, cuyo objetivo era impedir que volviese al poder para salvar al pueblo de un gobierno opresor y corrupto, Trump no hablaba de un ajuste de cuentas personal, sino de redimir a sus seguidores. El mensaje era claro y lo repetía siempre que tenía ocasión: «No me persiguen a mí, van a por vosotros». Con esa fórmula logró transformar sus problemas judiciales en un agravio compartido, convirtiendo su drama personal en una causa política de masas.
Ese doble juego de la retórica populista que Trump maneja hábilmente está marcando su segundo mandato. El «gobierno de la venganza», lo bautizó su exasesor de Seguridad Nacional, John Bolton, antes de que el FBI apareciese hace unos días en la puerta de su casa para un minucioso registro en busca de algún documento clasificado con el que poder imputarle. Como colaborador de Fox y alto funcionario de los gabinetes republicanos de Bush padre e hijo, Bolton era un crítico peligroso más difícil de demonizar que la fiscal de Nueva York, Letitia James, o el senador Adam Schiff, ambos demócratas, a los que investiga por inconsistencias en la solicitud de hipotecas, a falta de otras acusaciones a las que agarrarse.
Justicia colectiva
«Pensé que en Estados Unidos la gente tenía derecho a criticar al presidente sin que el FBI le aparezca en la puerta», publicó en X el senador y excandidato presidencial Bernie Sanders. Pero el caso de Bolton ha demostrado que está equivocado.
La fórmula de prometer venganza para sus seguidores pero ejecutar la suya propia funciona para Trump porque sus bases se identifican tanto con él que sus enemigos se convierten automáticamente en los suyos. Schiff, James, Jack Smith o cualquiera de los fiscales que se hizo un nombre imputando a Trump no son vistos como rivales del presidente, sino como enemigos del pueblo que lo eligió. Al fundir su destino con el del electorado consigue que su 'vendetta' privada se perciba como justicia colectiva y, por tanto, cuente con el aplauso de sus bases.
Donde el senador Sanders ve «un paso más en la marcha de Trump hacia el autoritarismo», dijo tras la redada en casa de Bolton, sus seguidores ven otra promesa cumplida. El ostracismo y la persecución judicial de excolaboradores convertidos en críticos, como el exdirector de la CIA Mike Pompeo; el del FBI, James Comey; o el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, todos ellos bajo investigación, responde al eslogan 'limpiar el pantano' que coreaban las masas en los mítines.
El presidente ha refinado la estrategia de convertir a sus enemigos en los de todos sus seguidores
Para sus seguidores, Adam Schiff no es un senador o excongresista, sino la élite que los desprecia. Jack Smith no es un fiscal, es el Estado profundo que los quiere silenciar. George Soros no es un filántropo, es la mano invisible que manipula sus vidas. Así funciona la alquimia populista que permite al magnate transmutar la 'vendetta' personal en justicia colectiva.
Al despojar de protección a los hijos de Biden; al epidemiólogo jefe, Anthony Fauci; y a la vicepresidenta Kamala Harris, ejecuta la venganza del pueblo contra quienes culpa de los males de la pandemia, desde la imposición de la vacuna del covid hasta la inflación.
La ejecución de las venganzas de alto rango llega acompañada de la purga de miles de funcionarios despedidos y varias decenas a los que ha retirado el acceso a información clasificada. En ese renglón, la influencer de Florida Laura Loomer ha emergido como una figura singular en la trama de la revancha política durante este segundo mandato. No ocupa ningún cargo oficial, pero tiene acceso directo a la Casa Blanca, a donde llega con listas negras que entrega directamente a Trump.
Tras una de sus reuniones en el Despacho Oval en abril pasado, varias figuras clave del Consejo de Seguridad Nacional -incluidos el director de la NSA y su adjunta- fueron destituidas. El presidente la trata como una «patriota» y ella aprovecha esa cercanía para influir en decisiones internas. Según el diario británico 'Financial Times', Loomer se ha convertido en una especie de «vigilante de la lealtad» dentro del movimiento MAGA (Make America Great Again), presionando por el despido de funcionarios que considera insuficientemente comprometidos con el programa de Trump.
El brazo ejecutor del ajuste de cuentas del líder republicano está forjado a su imagen y semejanza, como figura radical y provocadora. Loomer llega siempre armada con un historial de teorías conspirativas. Si Nixon escondía su lista de enemigos en un cajón del Despacho Oval, Trump la publica en las redes sociales. Fox News lo llama «la presidencia más transparente de la Historia», con sus reuniones de gabinete en directo y horas interminables de cámara. Del autor de 'El Arte del Trato' llega ahora 'El Arte de la Venganza', un nuevo éxito de reality show, que el presidente escribe en directo para escarnio colectivo. La incógnita está en si habrá una tercera temporada con todos los enemigos que está granjeándose en su segundo mandato.
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