Maquillajes de ocasión
En algo más de dos años, la polarización y la hostilidad en medios y redes sociales han ido en continuo ascenso, conduciéndonos a todos hacia un lugar que el sentido común nos dice que no será bueno para los españoles
Hace algo más de dos años que empecé a escribir semanalmente un artículo de opinión en EL COMERCIO. Mi primer texto trataba, el 18 de ... septiembre de 2019, a ritmo de los acordes de Aute -cuánto lo echamos de menos- y también de reguetón, sobre la eterna y, en aquellos días infructuosa negociación entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para formar Gobierno. ¿Se acuerdan? Qué tedio. Qué cruz. Y cómo han cambiado las cosas, ¿verdad? No querían entonces bailar juntos, se enfadaban constantemente. Tanto, que nos llevaron, de nuevo, a unas elecciones donde los mejor parados fueron los de Santiago Abascal. Después de los comicios de aquel noviembre de 2019, entonces sí, por fin, decidieron enlazar sus caminos y formar Gobierno; uno que prometió ser para toda la vida, pero que en los últimos tiempos es más una especie de matrimonio abierto dónde cada cual hace lo que le parece. De hecho, ya ven dónde está ahora Iglesias. Algo curioso porque siempre pensé que sería Sánchez quien al final sucumbiría. No obstante, esto no es cosa de uno solo. Ninguno entendió, al parecer, que formaban parte de una misma familia por la que debían luchar unidos para avanzar.
Algo más de dos años desde aquel 'Bailes y amores de verano' -así se titulaba el artículo con el que me presenté ante ustedes- en los que la política española ha cambiado mucho y no precisamente para ir por mejor camino. Se ha emponzoñado de una forma vergonzosa en muchos aspectos. Se ha llenado de mentiras e insultos que nada tienen que ver con los problemas reales de los españoles y sí con intereses particulares, egos, suficiencia y/o falta de autoestima. Sobre este último asunto sería bueno que más de uno y más de dos pidieran cita a algún psicólogo para que les explicara que su autoestima no va a crecer ni se va a fortalecer en función de los aplausos que reciba o de la realización de congresos para afianzar al líder. Conclaves donde el que ayer te odiaba y te quería echar del partido, llamémosle X, hoy te abraza y dice que eres el mejor. Cómo cambian las cosas, ¿no creen? Abrazos y sonrisas eléctricas. Tanto como ese lugar donde figuran precisamente algunos de esos que ayer te decían no y hoy te dicen sí. Ya veremos mañana. El precio de la luz, otro día.
Y este comportamiento del que les hablo, lo de mentir, insultar y gritar al enemigo como si esto fuera una guerra de verdad en la que todo vale y, por el contrario, adular al amigo o a uno mismo (para ir al psicólogo de nuevo) como si se fuera lo mejor de lo mejor, el más listo y preparado y, está visto, un 'Míster Congreso', no es solo cosa de políticos. En este tiempo, la polarización y la hostilidad en medios y redes sociales han ido en continuo ascenso conduciéndonos a todos hacia un lugar que el sentido común nos dice que no será bueno para los españoles. Demasiada confrontación. Demasiada beligerancia. Demasiado odio. Expertos en todo, pero sabedores de nada que colman los espacios con opiniones infundadas, vacías y, sobre todo, negativas. Y esto no es algo que haya surgido de la nada. Ha surgido de un modelo de hacer política que alienta este comportamiento y lo premia. No es la primera vez que me pronuncio a este respecto y me temo, a tenor del avance de este proceder, que no será la última, ya que, cada día que pasa, a pesar de la situación mundial vivida, siento que aquellos que nos deben proteger, gobernar y ayudar, entre muchas otras cosas, no han aprendido nada. Se han anclado en el cortoplacismo y en una egolatría preocupante y, en el fondo, continúan a lo suyo, «negociando en cada mesa, maquillajes de ocasión».
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