La pobreza del que trabaja
Cerramos los ojos a la otra pobreza; a la existente dentro de demasiadas casas. Una pobreza que cada día, debido a la paulatina desaparición de la clase media como tradicionalmente la entendíamos, es mayor y más peligrosa
Si buscamos pobre en el diccionario, encontramos siete acepciones. La primera de ellas, «necesitado, que no tiene lo necesario para vivir», es la que más ... se ajusta a nuestro pensamiento clásico de pobreza. También la última, «mendigo». Pobreza que conlleva necesidad y pérdida. Abandono y soledad. Entre ambas, no obstante, hay otras cinco acepciones. Algunas aluden a la escasez o a la poca valía de algo; otras, a un sentimiento de tristeza; y una, la quinta, llamativa, dice que pobre es un adjetivo que significa «pacífico, quieto y de buen genio e intención».
Por lo tanto, ser pobre, ya ven, puede representar varios hechos y puede ponernos en distintas situaciones, y eso sin entrar en una categorización más amplia en la que podríamos hablar del pobre de solemnidad, el pobre limosnero, el pobre voluntario, el pobrísimo o paupérrimo (una de las palabras más bonitas del diccionario a pese a su significado), etc. Si embargo, a pesar de este amplio abanico de posibilidades en cuanto a pobreza, solo vemos al pobre cuando mendiga por las calles de las ciudades o le vemos dormir en un portal o cajero automático. Cerramos así los ojos a la otra pobreza; a la existente dentro de demasiadas casas. Una pobreza que cada día, debido a la paulatina desaparición de la clase media como tradicionalmente la entendíamos, es mayor y más peligrosa.
Escuchamos de forma constante que somos un país rico, un país próspero que avanza y que no va a dejar a nadie atrás, pero, en realidad, si analizamos los datos con objetividad, dichas afirmaciones no son reales. Son una ilusión que vende muy bien y que queda espléndida en cualquier informe, también en cualquier rueda de prensa, pero irreal. La pobreza también es no poder pagar el recibo de la luz aunque se tenga una pensión o un trabajo; no poder comprar una vivienda digna porque el sueldo aportado no es suficiente (sobre esto se debería, además, hacer un análisis urgente porque no todas las viviendas son dignas); no poder ir nunca de vacaciones, puentes o escapadas, como lo quieran llamar, puesto que eso se ha convertido en un artículo de lujo, el descanso es para otros; no poder renovar muebles, ropa y demás enseres de una vivienda porque el dinero no llega para todo y hay que priorizar; no ir a determinados especialistas, puesto que no entran por la seguridad social como, por ejemplo, el dentista, etc. Eso también es ser pobre. Una pobreza en auge que no deja de acrecentarse. Es la pobreza del que trabaja, pero no llega.
No hace falta acabar durmiendo debajo de un puente para sufrir necesidades. He mencionado energéticas, habitacionales, médicas, de ocio, pero las hay de más tipos como de transporte, académicas o aspiracionales. No poder costear clases o materiales artísticos para un niño, cierra puertas, que son futuros. Y si este tipo de necesidades no las incluimos en la estadística tal y como son, no se ven y ya sabemos que lo que no se ve, no existe, por lo que entonces, no se trata. Algunas organizaciones sin ánimo de lucro y organismos internacionales sí alertan sobre esta situación, sobre todo cuando afecta a la infancia, pero no parece servir de mucho. Más cuando este escenario se extiende a la misma velocidad vertiginosa que lo hace la brecha económica entre pobres y ricos en el mundo.
Aquí, que somos muy de frases hechas, tendemos a decir cosas como: «Al menos tienes un trabajo» (da igual el tipo de trabajo, digno o de semiesclavitud), «al menos tienes una casa» (el estado de la vivienda o de los suministros también da igual), «al menos tienes salud» (recuerden cada sorteo extraordinario de Navidad) y la más manida y quizá por ello más odiosa de todas, que dice aquello de «podía ser peor».
Y sí, tienen razón. Siempre puede ser peor, ¿verdad? Uno podría estar muerto.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión