«En El Cristo quedan los vecinos y un esqueleto; el daño ya está hecho»
Tras la paralización de los derribos, los comerciantes denuncian un paisaje «peor que la guerra» y lamentan que «así es difícil continuar»
El esqueleto de lo que fue el hospital de El Cristo seguirá, por ahora, dominando el paisaje del barrio del mismo nombre en Oviedo ... ; como el resto de edificios saqueados. Lo que debía de ser el inicio de una regeneración urbana –para la ampliación del campus universitario– se ha topado con un nuevo y paralizante obstáculo. El Principado, como anunció la semana pasada el consejero de Hacienda, Guillermo Peláez, ha firmado una resolución por la que se suspenden de manera temporal los trabajos de derribo del antiguo centro sanitario tras dudar de la viabilidad de la recuperación del edificio de los Hongos por el mal estado del inmueble y la campaña intensiva de desamiantado a la que debe ser sometido. Peláez informó que se está realizando un estudio técnico cuyos resultados, previstos para septiembre, «podrían afectar a la ejecución del contrato». En la práctica, esto significa una paralización de facto que devuelve a los vecinos a la casilla de salida: la de la desesperanza.
Para quienes viven y trabajan a la sombra del gigante abandonado, la noticia ha caído como un jarro de agua fría, aunque no ha sorprendido. «Esto es como la guerra de Gaza o peor. Da miedo verlo», afirma Javier Fernández, panadero de El Cristo que sufre la pérdida de ventas. «A las once de la mañana vendo mi primera barra de pan cuando antes, a las seis, ya tenía que tener todo el pan preparado para los primeros clientes, trabajadores del HUCA, claro».
Su testimonio resume el sentir general: el viejo hospital no es solo un conjunto de edificios vacíos, representa una herida abierta que incide económicamente a todo el barrio. «Es un desastre que nos afecta a todos los de la zona, sean vecinos o autónomos», lamenta.
La sensación de declive se arrastra desde hace años. Gladis Tenempaguay, que regenta un negocio en la zona desde hace 26, lo ha sentido de primera mano. «Antes había más gente. Sólo con los acompañantes de los enfermos ya se notaba mucho movimiento», recuerda. Para ella, el cierre del hospital y el bajo rendimiento del Calatrava han sido la tormenta perfecta. Sobre la nueva paralización, muestra una resignación teñida de crítica: «Es bueno que no lo derriben, pero deberían de haberlo conservado para meter ahí a gente que lo necesite. El problema es que ahora se dan cuenta de los problemas, y así van pasando los años, uno tras otro y parece que nunca llega el fin...».
La desconfianza hacia las promesas políticas es total. Mónica Suárez, con una tienda junto al edificio de Silicosis, es la más escéptica y directa. Para ella, la noticia de la paralización es casi una burla. «El daño ya está hecho. No nos da ninguna fe que ahora digan que no lo derriban», afirma, antes de lanzar la pregunta que resuena en todo el barrio: «¿Están paralizando algo que ni siquiera comenzó? Pero, ¿de verdad hubo alguna vez derrumbe?».
Esa sensación de vivir en un 'stand-by' permanente la comparte Carolina Infanzón. «Vamos día a día viendo cómo va esto del HUCA», afirma. Su diagnóstico del barrio es desolador y define a la perfección el paisaje actual: «En este barrio queda la gente del barrio y un esqueleto. Así es difícil continuar». Resume la lucha diaria por mantener a flote un barrio que se siente abandonado. Atrapado entre el miedo que inspira la ruinosa estructura y el hartazgo por las promesas incumplidas.
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