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Tras el artículo de la semana pasada sobre el comportamiento en la adolescencia, me han llegado decenas de mensajes: preguntas, dudas, testimonios llenos de emoción. Todas ellas tienen un punto en común: la adolescencia nos descoloca, nos desafía, pero también nos invita a crecer.
Hoy quiero compartir algunas de esas preguntas, y sobre todo, ofrecer una mirada global que nos ayude a entender mejor lo que está pasando cuando acompañamos a un adolescente.
Acompañar a un adolescente es sostener una tensión constante: quieren irse, pero también necesitan saber que pueden volver.
Por un lado, buscan autonomía. Quieren probar, decidir, fallar, descubrir quiénes son fuera de lo que mamá y papá dicen. Esto es sano, necesario, y a veces doloroso.
Por otro lado, necesitan refugio emocional. Un adulto que esté disponible, que no se asuste con su caos, que no los castigue por sentir demasiado, que no los abandone, aunque se alejen.
Podemos imaginar que cada adolescente necesita dos manos:
Una mano que los impulse a explorar el mundo, a ganar confianza, a relacionarse con sus iguales, a cometer errores, a poner a prueba los valores que han aprendido en casa.
Y otra mano que los reciba cuando vuelven: una mano que acoja su vulnerabilidad, que escuche sin juzgar, que ponga límites sin humillar, que los abrace sin exigir.
El verdadero reto es saber cuándo usar una y cuándo la otra. A veces queremos controlar cuando deberíamos confiar. O soltamos demasiado pronto, y no estamos disponibles cuando nos necesitan. Acompañar bien no es hacerlo perfecto. Es aprender a leer lo que necesitan, y ofrecer disponibilidad emocional.
Estas son algunas ideas generales que pueden servir de orientación, pero cada situación requiere ser mirada con calma y en profundidad, conociendo el contexto, la historia familiar, y los vínculos previos. Aquí, algunas pistas que pueden ayudar:
Revisa desde dónde los estás poniendo. ¿Desde el miedo o desde el cuidado? Los límites más eficaces no se imponen: se sostienen desde el vínculo. Sé clara, firme y amorosa.
Primero, sostén tú esas emociones con calma. Nómbralas: «Eso que sientes es rabia, frustración, decepción». Ayúdales a reconocer lo que sienten sin juzgarlo, y luego a encontrar una forma segura de expresarlo.
No lo obligues a hablar. Pero sí hazle saber que estás: con una bandeja de comida, una frase como «estoy aquí si me necesitas», una mirada sin exigencias. A veces el refugio empieza por un gesto.
No reacciones con herida. Establece un límite desde tu adultez: «Puedo entender que estés molesta, pero merezco respeto. Estoy dispuesta a hablar, pero sin burlas».
A veces no basta con demostrar amor hoy. A veces necesitamos reparar heridas del pasado. Puedes decir: «Lo siento si alguna vez no estuve como necesitabas. Estoy aquí ahora, y quiero hacerlo mejor contigo.»
Esta frase duele, pero habla de un dolor no resuelto. No estás sola. Busca ayuda profesional. Tu hijo necesita espacios seguros donde resignificar lo que vivió y comprender que hay otras formas de estar en el mundo sin repetir el daño recibido.
Cuando una infancia ha sido suficientemente buena, la adolescencia no tendría por qué ser una transformación radical o un terremoto constante. Pero sí nos obliga como familia a reajustarnos, a crecer junto a nuestros hijos, a revisar nuestras formas de comunicar, de amar, de poner límites. Es una etapa que, bien acompañada, puede fortalecer el vínculo en lugar de romperlo.
Muchas veces se llega a pedir ayuda cuando el conflicto ya es grande, cuando la distancia parece insalvable. Pero la terapia también está para prevenir, aclarar, entenderse mejor antes de que las relaciones familiares se tensen del todo.
No hay una adolescencia igual a otra. Pero en todas hay preguntas sin respuesta, amor a gritos, y una necesidad inmensa de adultos que no se rindan, que no huyan.
Acompañar no es hacerlo perfecto. Es estar, incluso cuando no sabemos cómo.
A veces un pequeño espacio de reflexión conjunta puede cambiarlo todo.
Te animo a seguir enviando tus preguntas al consultorio, porque de esa conversación colectiva también aprendemos todos.
Muchas de las preguntas que habéis enviado no caben en este artículo, pero las iremos respondiendo poco a poco en próximas entregas. Gracias por la confianza, y por hacer de este espacio un lugar vivo, en el que podemos pensar juntas cómo acompañar mejor.
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