Lucía Feito, psicóloga: «Usado de manera impulsiva o sin coherencia, el castigo es ineficaz y puede generar miedo, resentimiento o confusión»
La psicóloga Lucía Feito aborda cómo educar con estrategias eficaces y sin impulsos
Cuando hablamos de educación infantil, a veces nos dejamos llevar por la reacción del momento: un mal gesto, una desobediencia o un berrinche, y nuestro primer impulso es castigar. Sin embargo, el castigo, usado de manera impulsiva o sin coherencia, suele ser una de las estrategias menos eficaces para enseñar a nuestros hijos.
¿Quién no ha levantado la voz alguna vez por un berrinche o un desacuerdo con un hijo? Todos lo hemos hecho. El problema surge cuando el castigo se convierte en nuestra primera —y a veces única— herramienta educativa. La ciencia nos muestra que, usado de manera impulsiva o sin coherencia, el castigo es ineficaz y puede generar miedo, resentimiento o confusión.
El error más común: actuar en caliente
Reaccionar desde la frustración es normal, pero enseñar límites requiere calma. Castigar «en el momento» solo enseña al niño a evitar la reacción del adulto, no a entender por qué su conducta no es adecuada.
Incoherencia y desunión: el enemigo silencioso
Cambiar reglas según nuestro estado de ánimo o no coordinarse con la pareja crea mensajes contradictorios. Si mamá dice una cosa y papá otra, el niño aprende a negociar o manipular en lugar de comprender límites. Educar es un trabajo en equipo.
Más allá del castigo: estrategias que funcionan
-
1
Refuerzo positivo: Elogiar conductas adecuadas motiva al niño y fortalece su autoestima.
-
2
Límites claros y consistentes: Explicar normas de manera sencilla y aplicarlas con coherencia enseña responsabilidad.
-
3
Escucha activa y empatía: Validar emociones y dialogar con los hijos fomenta cooperación y comprensión.
-
4
Modelar conductas: Mostrar autocontrol, respeto y paciencia es más efectivo que cualquier castigo.
-
5
Unidad parental: Presentarse como un equipo refuerza los límites y genera seguridad emocional.
Educar no es imponer miedo, sino acompañar, enseñar y guiar. Cuando ampliamos nuestro abanico de estrategias y dejamos de depender del castigo impulsivo, nuestros hijos aprenden a autorregularse, a tomar decisiones responsables y a crecer en un entorno seguro y afectivo.