La voz luminosa de Luis Sepúlveda revive con sus versos entre amigos
Un aciago 16 de abril de hace cinco años se apagaba la vida del escritor chileno. Ayer sus cómplices más cercanos lo recordaron en Gijón leyendo su poesía
Luis Sepúlveda, el añorado autor de 'Un viejo que leía novelas de amor', 'Patagonia Exprés' o 'Un perro llamado Leal', fue, además de un maestro ... de la fabulación en prosa, un obstinado y minucioso poeta secreto. Escribió versos desde su más temprana juventud hasta prácticamente sus últimos años en Asturias, un monumental y extraordinario tesoro que solo emergió tras su fallecimiento, cuando su viuda y su amigo el escritor Alejandro Céspedes, revisando sus papeles, descubrieron decenas de textos poéticos e incluso poemarios enteros. Una selección de ese legado ha visto ya la luz en edición del propio Céspedes, 'Disparos al aire' (Visor, 2023), y ayer, en el homenaje que rindieron a Luis Sepúlveda en el Antiguo Instituto de Gijón, un grupo de sus amigos más cercanos y de admiradores de su obra, el recuerdo a su figura inolvidable se celebró con la lectura de su poesía.
Las palabras del gran escritor chileno revivieron a través de la verdad luminosa del verso en las voces de sus lectores más cómplices en una sala de conferencias que se convirtió en un auténtico encuentro de amigos para conmemorar la vigencia y el estímulo que sigue manteniendo una obra, interrumpida brusca y trágicamente hace ahora cinco años en un hospital de la tierra que Luis Sepúlveda y su compañera, Carmen Yáñez, eligieron para levantar en ella una casa en la que disfrutar de la vida y de la felicidad.
Con una sala que se quedó pequeña, el acto fue sencillo, como seguramente le habría gustado al propio homenajeado. Hubo momentos mágicos: el de su editor Céspedes al relatar que, mientras buscaba en su ordenador el poema que iba a leer, apareció en la pantalla otro no incluido en su selección: 'Elegía del último vino', de final premonitorio. «Soy un gran descreído y poco predispuesto a las apariciones pero fue como si Lucho viniese a indicarme lo que quería que se leyese hoy. Así que vamos a brindar por él, ya convertido en pájaro o árbol, contemplando la vida sin ningún exilio». Y también divertidos, como el relato que leyó Miguel Rojo inspirado en una aventura literaria que él le había contado a Sepúlveda y que aparece publicado en el volumen 'Historias de aquí y de allá'. Toda una evidencia también del desdén socarrón con el que el gran narrador chileno miraba a distancia a los gurús de la intelectualidad o a los literatos con pompa. «Sigo soñando con Luis, pero no son sueños tristes, sino lúdicos como esta historia», confesaría el colaborador de este diario.
Fue emocionante el poema elegido por Beatriz Rato Rionda, dedicado a 'Pelusa', como llamaba cariñosamente Sepúlveda a su compañera Carmen Yáñez y en el que evocaba su reencuentro en 1997, tras muchos años sin saber uno del otro, lleno de confidencias y destellos de humor: «Ahora sabemos/que dos más dos/puede ser un trozo de Vivaldi». Nacho González optó por 'La última confesión', fechado en Quito en el año 1980. Armando Vega leería 'Carta al compadre Gonzalo desde Oruro', Sandra Caldevilla 'Motivo de orgullo' de 1976 y Carmen Sánchez 'Viacrucis de agua', del año 74, escrito desde la cárcel en Chile, todos ellos reflejo de su lucha por las libertades de su país y de América Latina. De su largo exilio se ocuparían Ana María Martínez con el poema 'Amanecer en Europa' y Victoria Rodríguez Otero con el maravilloso y humorístico 'Fábula de la gallina de los huevos de oro', escrito en Hamburgo.
Carmen Yáñez cerró la lectura –«antes de que nos vayamos a tomar un vino»– con 'Las mujeres de mi generación', uno de los más conmovedores y sinceros que escribió Sepúlveda, ayer de nuevo iluminando su palabra en las voces de sus amigos.
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