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Europa sigue siendo clave para el negocio de Arcelor. De hecho, a pesar de su repliegue, representa el 53% por ciento de su producción ... y el 47,9% de su facturación, según los datos que se desprenden del informe de resultados de 2024, hecho públicos por la compañía la semana pasada. Sin embargo, la crisis que sufre el sector, con la demanda a la baja y la competencia extracomunitaria al alza, acompañada por las malas perspectivas en cuanto a costes, incluidos los energéticos y los de la descarbonización, hacen que Arcelor busque con urgencia otros mercados en los que desarrollarse. No en vano, en una sola década, la multinacional ha perdido casi el 40% de su producción de acero. Con otros negocios, como el minero, su facturación también se ha reducido, aunque menos, un 21,24% –en Europa, un 24,3%–.
Es en este contexto en el que Arcelor hace su apuesta por mercados como el indio, en pleno desarrollo y en el que más sube la demanda, y también intenta crecer en EE UU, el gran consumidor del planeta y en el que la producción local será privilegiada con la deriva proteccionista de Donald Trump.
Sin embargo, hasta que esos planes se desarrollen, el grueso del negocio de Arcelor está en Europa. De ahí que aún no haya dado un portazo, como lo ha hecho en Sudáfrica con la división de largos, que va a cerrar por completo y supondrá la pérdida de 3.500 empleos.
La reducción de la producción del grupo se debe principalmente a la competencia china. Aunque se mantiene como la segunda mayor siderúrgica del mundo, son las de este país las que copan el top 10. Es la única que tiene sede en Europa, el resto son seis chinas, lideradas por el coloso Baowu, con 131 millones de toneladas –Arcelor cerro 2024 con menos de 58–, una de Japón, otra de Corea del Sur y otra india.
Las razones para el retroceso de Arcelor están ligadas a la deriva europea, de la que intenta desligarse, y el auge asiático. Durante esta década, además, ha acometido operaciones que han resultado muy negativas, sobre todo, la relacionada con la antigua Ilva. Para hacerse con la compañía italiana, que disponía de la mayor planta siderúrgica del continente, la Comisión Europea le obligó a desprenderse de la factorías de Ostrava (República Checa), Galati (Rumanía), Skopje (Macedonia), Piombino (Italia), Dudelange (Luxemburgo) y diversas líneas acabadoras de Lieja (Bélgica). Sin embargo, la inversión salió mal, el Estado italiano se acabó quedando con Ilva y la multinacional contabilizó una pérdida de valor de activos ('impairment') por 1.400 millones de dólares, algo más de 1.300 de euros.
Otras operaciones también supusieron un fuerte recorte de la producción, como la venta de todos sus activos en EE UU por 1.200 millones, o el cierre definitivo del horno alto y de la acería de la planta de Cracovia (Polonia), ahogada por los costes energéticos y la debilidad de la demanda en el año de la pandemia.
A todo ello hay que añadir la infrautilización de las factorías. Las del Principado, durante los últimos dos años, han estado a alrededor del 70% de su capacidad. En otros puntos del continente, la situación es incluso peor. La patronal del sector, Eurofer, apunta que la siderurgia comunitaria se ha hundido hasta el 60%.
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