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«Aquí nadie iba a pasar fame, eso lo teníamos claro», afirmaba Eduardo González Castro, dueño de la cafetería Gales, ubicada en el barrio de La Arena y que sirvió de punto de encuentro. «Los chavales salían del colegio o del instituto y venían aquí a encontrarse con sus padres», destacaba este hostelero. Pronto se dio cuenta de que muchos supermercados estaban cerrados y no dudó en brindar su ayuda a los vecinos del barrio. «Nos pusimos a preparar macarrones a la boloñesa, spaguetis, carne guisada o pinchos, todo lo que teníamos a mano, ya que contamos con cocina de gas». Los bares, comercios y comunidades de vecinos se convirtieron en refugios sociales. «Yo me fui al bar para enterarme. Después, los vecinos nos fuimos al quinto a comer caliente porque Maribel tenía gas», comentaba el gijonés Tino García. EL COMERCIO salió a recorrer la ciudad justo 24 horas después del apagón, y se encontró con «una villa solidaria en la que todo el mundo se ayuda. Ay, mamita, esto no es nada. En Cuba hay cortes eléctricos a diario», explicaba la hostelera Laura López. Las terrazas, como este martes, seguían a rebosar por el buen tiempo. «Aquí el ambiente era casi de fiesta. La gente tomaba el sol y estaban hasta contentos. Se lo tomaron como un día de descanso. Tenemos cocinas de gas y no paramos de dar comida», explicaba el gerente de Pura Vida, Pedro Díaz.
Los productos alimentarios eran lo que más preocupaba. Pero junto a los hosteleros, el pequeño comercio se volcó. «Hice como antaño. Cogía un puñado en la mano, calculaba a ojo el peso, y venga», detallaba el frutero Esteban Gómez. «Yo volví a practicar matemáticas. La de cuentas que hice ayer», relataba Iris Uría, empleada de una tienda de alimentación. «No había para cortar. La gente se llevaba el embutido entero y el queso en cuñas sin parar», añadía Miriam Mathisse, de La Tasajería. A Baoxinag Liu y Maoziyue Chen, gerentes de bazares, nunca más se les olvidarán estas palabras en español, «pilas, radios, linternas y velas», porque era lo que la gente les pedía.
En un pequeño susto quedó el periplo de la octogenaria Victoria Posada. «No podía subir con mi andador al piso, Pero compré un bastón y poco a poco lo logré. Me comí un bocadillo y tan ricamente», confesaba a este periódico. También Aida de Castro, gerente de Arenal, sufrió algún momento tenso «porque pensábamos que tendríamos que hacer noche vigilando la tienda, pero conseguimos bajar la persiana. Desde el Ayuntamiento de Gijón confirmaron que se rescataron más de medio centenar de personas de ascensores, y que solo se produjo una colisión de tráfico. «Agradecemos la calma de los gijoneses el buen civismo demostrado», destacaron.
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