Graciela Iturbide
Graciela Iturbide. «Yo nada más camino por la calle, me late el corazón y me dejo llevar», asegura la Premio Princesa de las Artes sobre cómo nace su obra
La bulliciosa Ciudad de México la vio nacer en 1942. Fue un mes de mayo. Son, pues, 83 las velas que ha soplado Graciela Iturbide ... , la mujer que se ha convertido en un icono de la fotografía contemporánea. Allí sigue viviendo, previo paso por mil paisajes y paisanajes admirados, enfocados y disparados, esta mujer que ha colocado su cámara entre sus ojos y el mundo, que ha puesto en ella el filtro de la belleza, el gusto por la sensibilidad y por la infinidad de matices que aporta el sempiterno y mágico blanco y negro. Ha puesto luz sobre realidades de su país, sobre las poblaciones indígenas, y sobre todo el continente americano, y ha obrado el milagro de hacer tangible lo que no lo es para mostrarnos a Frida Kahlo desde la ausencia, hacernos mirar hacia los pájaros de una forma inédita o para exhibir la vida y la muerte en instantes de pura luz, de iluminación. Ha logrado que, como sostuvo el jurado del Premio Princesa de Asturias que la elevó al palmarés de las Artes el viernes pasado, sus fotos se sientan, trasciendan el sentido de la vista para hacerse ese algo más, ese intangible, ese don que solo que se puede llamar arte.
–«Sus imágenes no solo muestran lo que ve, sino también lo que siente». No puede ser más bonito lo que dice el jurado.
–Estoy feliz. Más que emocionada. Yo interpreto la realidad de una manera y cuando alguien lee así mi trabajo me siento feliz. Pero también pienso que lo dicen por ser amables (carcajadas), porque yo fotografío lo que me sorprende.
–¿Cómo se logra eso? ¿Es un don? ¿Es un empeño?
–En mi caso es pasión y disciplina. Yo salgo a la calle, me sorprendo, me apasiono, me late el corazón y luego vengo, revelo, veo mis contactos y ahí voy descubriendo otras cosas. Cartier-Bresson decía que hay un instante decisivo y yo digo que dos: cuando disparas y cuando se revela el rollo. Uno a veces encuentra fotos que no se acordaba o al contrario, fotos horrendas. La fotografía es mi terapia, mi pasión, me fascina. No tengo noción de lo que voy a tomar, ni guion ni nada, yo nada más camino por la calle y me dejo llevar. Hace poco fui a Lanzarote a dar una platicada y fue muy lindo porque encontré los volcanes, la lava, las piedras, los cactus, los pájaros y he seguido por ese lado. Aquí en México ya es muy peligroso ir a los pueblos originarios por el narco. Pero siempre digo que los fotógrafos cambiamos de tema como los novelistas.
–¿En qué novela está usted ahora?
–Me apasionan las piedras, me tienen fascinada. Voy descubriendo en la vida todo poco a poco. Fui a Japón y también me encontré piedras maravillosas con un sentido sagrado, aquí en México, en Machu Picchu, también las fotografié. Por el mundo me voy encontrando cosas.
–¿La sensibilidad viene de serie o se cultiva?
–Yo creo que se cultiva. Vengo de una familia muy linda, pero muy conservadora y cuando conocí a Álvarez Bravo, que fue mi maestro, me ayudó a trabajar mi sensibilidad, con todo lo que me recomendaba leer o ver. Todos los seres humanos tenemos una sensibilidad que si la cultivamos podemos llegar a hacer lo que queramos.
–¿Y con buen ojo se nace?
–Se cultiva también, se va educando poquito a poco, leer poesía, escuchar música... Todo ayuda. Yo en la escuela leí el Siglo de Oro Español y eso también fue importante. Hay que poner cada uno de su parte, en lo que tu corazón siente, lo que tu ojo ve. Cuando aprietas el gatillo de la cámara juegan la inteligencia, el ojo y el corazón. Yo a mis hijos y nietos les animo siempre a seguir aprendiendo. Con la cámara yo aprendí mucho de mi país, de los pueblos originarios, sus leyendas, poesías, rituales... Todo te forma.
–Las personas de su edad tienen una relación singular con el papel, con el tacto.
–A mí me encanta esa magia cuando aparece la imagen en el revelado. Tú pones un papel en unos líquidos y van apareciendo las imágenes y luego quitas una sombra con un palito... Es muy bonito tocar el papel, enjuagarlo bien, colgarlo, observarlo, ver los contactos, elegirlos...
–¿Cuántos fallos hay detrás de una gran foto?
–Yo no tomo muchas. No soy de los que toman y toman y toman, con uno o dos negativos ya quedo satisfecha. Lo hago caminando con la sorpresa. No me quedo horas fotografiando; también a veces por respeto, para no molestar. Cuando voy a los pueblos originarios, tengo el permiso y a veces duermo en sus casas, voy al mercado, porque es muy importante tener complicidad.
–¿No sale de casa sin la cámara?
–México está medio peligroso, pero sí salgo con ella. En Roma por ejemplo salía a caminar con ella a primera hora de la mañana y lo mismo en otros muchos lugares.
–¿Cómo convencería a un nativo digital de la belleza del papel?
–Siento que la fotografía es muy democrática. Hay fotos de familia, de boda... A mí me parece que está bien que se tomen imágenes en digital. Si el trabajo es bueno es bueno, no importa que tomes con una camarita de cartón o la otra. Hay trabajos digitales estupendos. Tengo una camarita digital que me han regalado pero está en la cajita todavía.
–¿Y con el móvil nada?
–No puedo. Estoy acostumbrada a mi cámara. No te digo que alguna vez con mis nietos, pero ellos son buenos con el teléfono, y yo muy torpe. A mí, mi cámara y ya.
–Vivimos en un bombardeo de imágenes brutal. ¿Cómo lo lleva?
–Yo llego a un restaurante y si hay televisión no me quedo porque me aturde. Odio todas estas imágenes que nos abordan. Me gusta la soledad. Como quería ser escritora y no pude, ya casada con tres niños estudie cinematografía y ahí conocí a Álvarez Bravo y decidí ser fotógrafa. Me encantó la idea de viajar por el mundo con una camarita o dos, mientras que en el cine necesitas una cámara grande y a mí me gusta mucho la soledad para trabajar.
–La fotografía hecha por mujeres ha hecho de usted una gran referencia.
–Afortunadamente, en México sí ha habido muchas fotógrafas. Lola Álvarez Bravo o Tina Modotti, que se formó en México. Y este premio es para ellas y para todos los fotógrafos.
–El mismo día que se le concedió el premio falleció Sebastião Salgado.
–Para mí fue un día muy agridulce. Él era como mi hermano, cuando iba a París me quedaba en su casa. Lo acababa de ver en México y para mí es una gran tristeza. Me enseñó mucho y es una grandísima perdida.
–¿Siente que la fotografía como arte está más aclamada?
–Para mí la fotografía es siempre documento. Al apretar al gatillo queda algo, sea político o poético, luego está el valor que cada uno le da, pero siempre es documento. Ahora se hace mucha fotografía más moderna, más conceptual, que es más arte. Yo creo que puede ser todo. Siempre ha sido la niña chiquita del arte y ahora sí es más apreciada.
–¿Qué veremos pronto? ¿En qué trabaja?
–Estoy haciendo un libro sobre niños y tengo varios proyectos, porque tengo muchos negativos guardados con lo que me gusta y me ha sorprendido. Acabo de sacar uno recientemente sobre la pandilla de los cholos en Los Ángeles.
–En 2017 estuvo aquí en Asturias, con una retrospectiva de Mapfre.
–Lo recuerdo. Mi familia viene de España y es un país que conozco muy bien y me encanta. Fíjese que estuve en la Virgen del Rocío con Cristina García Rodero y dormimos en el suelo debajo de un camión, también en Finisterre... Uno con la fotografía aprende mucho de otras culturas, de las leyendas, del comportamiento de la gente, sus rituales, que es una de las cosas que más me gustan.
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