
Ángel Fernández Artime
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Ángel Fernández Artime
Atiende desde su casa en Roma, a la que ya ha retornado tras los días de Santa Marta. Está tranquilo, emocionado, feliz. Ángel Fernández Artime, ... el cardenal asturiano que ocupó lugar en la Capilla Sixtina, está convencido de que el Papa León XIV es el que la Iglesia necesita en este momento.
–¡Vaya si tiene usted cosas que contar!
–Le contaré lo que pueda, no quiero ser excomulgado automáticamente. (Risas).
–Días de emociones y de locura los que acaba de vivir.
–Han sido unos días de muchas emociones, sí. Hemos vivido el cónclave con mirada de fe, de otra forma no es posible hacerlo. Bromeábamos un día algunos diciendo 'tú te imaginas si cogemos a 133 políticos de ideologías diversas –y está claro que los 133 cardenales tenemos sensibilidades diferentes, miradas del mundo diferentes y visiones teológicas diferentes–, les ponemos juntos y les decimos que busquen en un par de días a uno que sea su representante...'. Ni borrachos. Bromas aparte, es difícil intuir una lectura de fe para quien no lo siente, pero no es que venga un Espíritu Santo con una varita mágica, sino que desde la honestidad del corazón, sin buscar nada de interés propio, uno ve quién puede ser el mejor.
–¿Algo que ver con la película 'Cónclave'?
–Lamento decirles a los de 'Cónclave' que les hemos arruinado la película, porque lo que hemos vivido no tiene nada que ver, salvo algunos de los rituales. Ha sido de una profunda emoción por la trascendencia y por el privilegio que supone estar allí. Se vivió en un clima de serenidad y paz. Yo tenía de frente la gran fachada de 'El Juicio final', que es de un arte en el que te emborrachas de tanta belleza. Se han dado muchas circunstancias en el cónclave, pero lo más importante es que, de un modo fraterno y sereno, hemos ofrecido al que creíamos mejor para ser Papa en este momento, sin hacer pasillos. Hay intuiciones y yo intuía que había dos o tres personas de un perfil extraordinario.
–¿Era Robert Prevost uno de sus favoritos?
–León XIV era un miembro de la Curia. Yo estoy en el Dicasterio de la Vida Consagrada como proprefecto, él como prefecto del Dicasterio de Obispos, y nos hemos encontrado tantas veces en celebraciones diversas que para mí es una persona muy conocida y muy valorada por su recorrido.
–¿Es entonces una persona cercana a usted?
–Diría muy conocida. Sé bien su historia de vida y me parece muy rica, comenzando por el hecho de que ha sido misionero durante muchos años en América Latina y superior de una congregación, como yo. Ha recorrido mucho mundo y ese es un elemento muy interesante.
–¿Por qué?
–No es lo mismo estar en un despacho que saber que el mundo tiene muchos colores. En ese sentido creo que es un gran regalo que el Espíritu Santo nos ha ofrecido.
–¿Un Papa misionero que va a continuar la línea de Francisco?
–El Papa, como muchos de los que estábamos allí, somos cardenales con una mirada pastoral en sintonía con el precedente pontífice, pero ningún Papa debe ser el clon del otro, por respeto a ambos. Esto es un proceso en el que, cada uno con sus capacidades, debe estar en el momento histórico que le tocar vivir. Es un hombre de 69 años, con una edad excelente, de gran empuje, e irá desarrollando su personalidad. Lo más impresionante de un Papa es que se le pone a la espalda un mundo en el que cada día tiene algo, una guerra, un conflicto, una situación que afrontar. Él ya nos ha dicho mucho de su preocupación por la paz, que también la tenía el Papa Francisco, que era misionero de otra manera diferente. León XIV lo fue durante décadas y eso marca el destino.
–Ya se está hablando de que es un perfil antagónico a Donald Trump y que eso también pudo ser importante en la elección.
–Yo no he hablado más que con los tres que tenía a mi lado, por eso le digo que hemos arruinado la película. Pero nos hemos escuchado durante doce días durante las conferencias generales de cardenales y hemos hablado todos, cada uno subrayando una cosa y en cierta forma nos hemos ido retratando. El hecho de que sea de EE UU no sé lo que les habrá influido a otros, pero sí creo que el que sea hijo de emigrantes es importante. Lo tiene todo, porque es estadounidense, pero su familia llegó a trabajar a EE UU. Es además un hombre muy libre. No hace falta ser un hombre de un empuje increíble, él es de perfil muy discreto, muy sobrio, pero es fuerte. Y lo veremos. Lo vamos a ir descubriendo en lo que diga y lo que escriba. Démosle tiempo.
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–¿Cómo es ese momento en el que de la votación resulta el 'habemus papam'? Aquí lo hemos vivido como una película.
–La estructura es como una película. Hemos vivido aislados de cualquier contacto con el mundo, aunque ha sido un cónclave de los más cortos de la historia. Se vive pensando desde la fe y ahí es donde se entiende que la acción de Dios se hace presente en el sumar pareceres. Si alguien ha hecho corrillos, yo no lo sé, pero creo que es imposible hacerlos 133 personas. Lo he vivido con serena emoción y con un profundo agradecimiento. Recé mucho por el Papa, porque pensaba 'lo que le cae a este pobre hombre encima'.
–¿Me está diciendo que ser Papa es un marrón?
–Yo no lo querría para mí. Es mucha responsabilidad. Desde ese momento se debe a la misión y ya no es él, ya no tiene ningún espacio privado como puedo tener yo, que podré seguir viendo a mi familia, moviéndome a Asturias. Entrega su vida a la Iglesia radicalmente.
–Usted estuvo en muchas quinielas. ¿En algún momento pensó que podía ser el Papa?
–De las quinielas sabía, pero lo que sí es verdad es que he estado muy tranquilo porque siempre he dicho que hay personas de una valía extraordinaria. El hecho de elegir a un Papa no significa que los otros 132 no valgan, pero se trataba de buscar al mejor para este momento, para aquí y ahora.
–A los asturianos nos hubiera gustado que fuera usted.
–Pero me habríais perdido para siempre.
–Ya está en su casa de Roma.
–Sí, pero mañana tenemos reunión de todos los cardenales con el Papa León XIV, supongo que para compartir algunas cosas, como cuándo va a empezar su pontificado, porque tendríamos que estar la mayoría, y vendrán otros obispos de fuera.
–¿Tiene ya ganas de un poquito de normalidad?
–Pues sí. Le doy la noticia que el Santo Padre ha confirmado a todos en los cargos, tomándose luego el tiempo para hacer los reajustes que considere. Eso quiere decir que el lunes yo a las ocho de la mañana, si no me piden nada especial, estaré en mi oficinita.
–Lo dicho, un poquito de tranquilidad no le viene mal.
–Necesito que todo esto aposente en el corazón. Ha sido muy fuerte. Y sin merecerlo, porque no lo merezco. Todo lo que he hecho en mi vida ha sido vivir mi vocación y servir y he vivido un momento histórico que viven ciento y algo personas cada muchos años. Es muy especial. Por gracia yo estuve aquí y aporté lo que pude como cardenal español, asturiano y luanquino. Es muy bonito.
–¿Se podía siquiera imaginar cuando era un guaje en Luanco llegar a dar una misa en San Pedro?
–¡Qué vas a pensar! No lo pensé cuando fui provincial dos veces en Argentina, cuando fui elegido dos veces superior de los salesianos... Lo ves tan imposible... Lo vivo como un regalazo. El Santo Padre el Papa Francisco a los que eligió, incluso al cardenal Prevost hoy Papa, no lo hizo por simpatías, pensó que estos perfiles podían darle un color a la Iglesia. Humildemente pienso que es así, hay una diversidad que compacta bien.
–¿Cómo fue vivir el funeral de Francisco?
–Impresionante, porque aunque el Santo Padre había elegido un funeral sencillo y se trató de que así fuera, una misa en el Vaticano es una misa en el Vaticano y a los jefes de estado no les puedes decir que no vengan. Yo tenía frente a mí a los Reyes de España, al ladito el presidente Trump y su esposa, a Zelenski...
–¿Se despidió usted de alguna manera especial de Francisco?
–El día del entierro, ya preparados todos los cardenales, quedaba media hora y me acerqué delante del baldaquino donde estaba el féretro. Estaba solo, únicamente con los cuatro de la Guardia Suiza, en ese momento no venían autoridades y me pude despedir de él. Habíamos hablado tantas veces, me llamaba con su simpatía 'gallego' tantas veces... Me acerqué, hice una inclinación de cabeza, me adelanté, puse mi mano sobre el féretro y pude dar un beso a la caja, igual que hice con mi padre y mi madre. Fue un momento de una intimidad increíble. Luego me quedé en una columna, al lado de San Pedro, debajo de San Juan Bosco y ahí vi pasar a todos los presidentes de medio mundo.
–Más impresionante aún es ver la plaza a rebosar.
–Son 250.000 personas. Sentía esos aplausos como un agradecimiento hacia el Papa Francisco, que hasta el último día estuvo en ese balcón en el que el jueves apareció León XIV. Dios le quiso mucho al darle ese final, el propio de un soldado que nunca afloja.
–¿Y ahora qué? ¿Cómo augura esta nueva etapa en la Iglesia católica dialogante que usted espera siga avanzando?
–Siempre he dicho: no me imagino una Iglesia cerrada, no va a ser así; no me imagino una Iglesia que no tienda puentes, y eso ya lo declaró el Papa. Pero tenemos que darle tiempo. Cuando nos preguntan ¿qué pasa con esto? o ¿qué pasa con la mujer? Hay que darle tiempo para seguir demostrando con los hechos lo que puede hacer con la ayuda de toda la gente que está trabajando en el mundo en sintonía con él y de todos los que estamos en la Curia.
–¿Usted seguirá a su lado en la Curia?
–Yo me encuentro muy a gusto y los años dirán lo que el Papa piensa y si quiere que me quede aquí, me quedaré, y si un día me pide otro servicio, pues lo haré. Es mi natural. Yo siempre digo que allá donde Dios me pone yo florezco. Veo este momento con mucha esperanza, con mucha alegría e, insisto, démonos tiempo. En la Iglesia los tiempos son lentos.
–¿Cuándo viene a darle las gracias a la Santina por lo vivido?
–No sé, pero con toda seguridad en agosto estaré unos días. Esa es una ventaja de no ser Papa, que puedo ir al pueblo y puedo seguir yendo al supermercado y a pasear. Estoy a gusto en Roma, pero me tira mucho mi tierra.
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