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España vivió este 28 de abril un apagón eléctrico que dejó a miles de personas desconectadas durante horas. No solo se paralizaron servicios esenciales, comunicaciones o actividades diarias: también, en un nivel más profundo, se activaron emociones y respuestas que merecen ser atendidas.
Aunque el suministro eléctrico volvió, muchas personas siguen arrastrando secuelas emocionales invisibles. Porque cuando lo cotidiano se tambalea, la mente y el cuerpo reaccionan.
Incertidumbre y miedo: no saber cuánto durará la situación activa una respuesta de alarma en nuestro cerebro.
Sensación de vulnerabilidad: nos recuerda lo frágil que puede ser la vida moderna cuando falla la infraestructura.
Pérdida de control: cuando no podemos predecir ni manejar lo que sucede, podemos sentirnos impotentes.
Desconfianza: hacia las instituciones, los sistemas de seguridad o incluso hacia nuestras propias capacidades de afrontamiento.
Estrés postraumático leve: algunas personas reviven el momento, se sobresaltan con facilidad o tienen dificultades para dormir.
Estas reacciones no son exageradas. Son respuestas normales de un organismo que se ha sentido amenazado.
Cada grupo de edad ha vivido este apagón de forma distinta:
Miedo a la oscuridad o a quedarse solos.
Ansiedad de separación: querer estar más cerca de sus figuras de apego.
Pesadillas o dificultad para dormir.
Qué necesitan: explicación sencilla de lo ocurrido, seguridad física y emocional, y volver rápidamente a la rutina.
Rabia o frustración por la falta de control.
Aumento de la irritabilidad o el aislamiento.
Ansiedad tecnológica: angustia por la desconexión digital.
Qué necesitan: ser escuchados sin juicio, acompañar su necesidad de comprender, y validar sus emociones.
Ansiedad por la incertidumbre y la seguridad de la familia.
Estrés económico si hubo pérdidas laborales o de negocio.
Sentimiento de vulnerabilidad ante imprevistos futuros.
Qué necesitan: espacios de autocuidado, conexión social, y dar permiso para sentir y procesar.
Miedo intenso al quedarse incomunicados o desatendidos.
Reactivación de memorias pasadas (otras crisis, guerras, situaciones de escasez).
Aislamiento emocional si no pudieron comunicarse con familiares.
Qué necesitan: compañía, comunicación continua y espacios seguros donde expresar sus recuerdos o temores.
Habla de lo que sentiste, aunque creas que ya ha pasado.
Busca momentos de calma y rutina que te devuelvan seguridad.
Acompaña a los niños y personas vulnerables con paciencia.
Si notas que la ansiedad, el miedo o los pensamientos negativos persisten, no dudes en buscar ayuda profesional.
Recuerda: no es señal de debilidad necesitar apoyo, sino de cuidado hacia ti mismo y los tuyos.
Cuidar nuestra salud mental tras un apagón no es un lujo: es una necesidad. La resiliencia no es resistir sin sentir, sino permitirnos atravesar las emociones para reconstruirnos más fuertes.
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