Rubalcaba, el ministro que encontró en Llanes su refugio
Rubalcaba eligió el concejo asturiano como lugar de descanso durante tres décadas | Era habitual verle cada año disfrutar de la playa de Toranda, jugar al mus en Niembro o comprando habanos en Nueva
ANA MORIYÓN
GIJÓN.
Sábado, 11 de mayo 2019, 02:56
Alfredo Pérez Rubalcaba no era asturiano de nacimiento, sino cántabro, de Solares, pero tenía debilidad por el Principado. Era un apasionado de Llanes y sus playas y, durante más de tres décadas, eligió este rincón bañado por el mar Cantábrico para disfrutar de sus vacaciones estivales. Solo en una ocasión, que se recuerde, falló a su cita obligada con este concejo. Fue en el verano de 2011, cuando sus obligaciones como candidato del PSOE a la Presidencia de la nación le impidieron tomarse su habitual respiro en tierras asturianas.
Cada verano, salvo aquel, Rubalcaba y su mujer, Pilar Goya, montaban su particular cuartel general durante unos días en Llanes. Allí escapaba del bullicio madrileño, trataba de bajar el ritmo de su actividad política -sin parar del todo nunca- y tomaba aire. Aire del bueno. «Venir a Llanes es como volver a casa», decía.
Cuentan quienes compartían con él su tiempo libre que, cuando ocupaba cargos políticos, nunca desconectaba del todo. Dedicaba siempre varias horas al día a despachar con Ferraz asuntos que no podían esperar a su vuelta. Y era también habitual que participara en actos festivos de la Agrupación Socialista de Llanes, asistiera a alguna cena organizada por Antonio Trevín u otros correligionarios e, incluso, acudiera a reuniones y visitas institucionales en el Principado. También solía atender a los medios de comunicación regionales. Se dejaba someter a una especie de posado playero al comenzar sus vacaciones para que después le dejasen tranquilo. A veces, si la actualidad política lo requería, concedía alguna entrevista.
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Pero, aunque nunca desconectara totalmente, Llanes siempre le sirvió para cargar pilas. Primero se alojó en Parres, luego en Celorio, durante años en Bricia y en los últimos se trasladó a Lledías, habitualmente en casas rurales que el matrimonio compartía con otras parejas. Entre otras, el exportavoz del PSOE en Madrid y exsecretario de Estado para el Deporte Jaime Lissavetzty y su esposa.
Rubalcaba sabía aprovechar al máximo el tiempo para descansar, pero sin grandes estridencias. A diario era muy fácil encontrárselo en la playa de Toranda, un arenal que le apasionaba y donde acudía aunque no acompañase el tiempo. Ataviado con camiseta, bañador y chanclas, le gustaba nadar, tomar el sol, leer.... Pasar inadvertido.
Disfrutaba comiendo en el chiringuito de la playa y, al final de la jornada, se le podía ver jugando al mus en el bar Tlaxcala, en La Parrera, El Jornu o en el restaurante Chiqui, donde de paso visitaba a Raúl, su ahijado. Rubalcaba presumía siempre de ser buen jugador y llegaba a organizar partidas contra Antonio Trevín, con quien le une una vieja amistad. Al expresidente del Principado le conoció en 1986, cuando coincidieron en el Ministerio de Educación y Ciencia. Fue, de hecho, quien le buscó su primera casa en Asturias.
A Rubalcaba también era fácil verlo por Nueva, donde acudía de forma periódica para comprar puros. Uno de sus mayores placeres. En el estanco de esta localidad sabían perfectamente sus gustos. Le privaban los habanos y era fumador de cigarros Montecristo Edmundo, aunque ese consumo era cada vez menor por prescripción médica y en los últimos veranos ya estaba prácticamente limitado a grandes acontecimientos.
Cuentan quienes le conocen que no pasaba un verano en el que, al menos en una ocasión, visitara el mirador de Los Carriles, desde donde hay una estampa impagable de los Picos de Europa, subiera a El Mazucu o se acercase al arenal de Torimbia.
Pero las playas de Llanes no eran lo único que unía a Rubalcaba con Asturias. El exsecretario general del PSOE, atleta en su juventud, llegó a estar preseleccionado, en Oviedo, para los juegos Olímpicos de Mexico en 1968. Allí dormía en un colegio mayor de la capital asturiana, entrenaba en un bosque cercano a Salinas y en una pista de la Universidad de Oviedo. Un recuerdo de su juventud que Rubalcaba guardaba siempre con cariño, aunque una lesión años después le apartó de la alta competición. Quizá si hubiera sido de otra forma no se hubiera conocido su faceta política.